“Los dos somos culpables por igual”, afirma el acusado del crimen de Covas

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  a. barbadillo > a coruña

  Desapasionado, eligiendo las palabras con la precisión de quien describe una fotografía que le es ajena relató ayer Manuel Prado Riveiro el asesinato de su amigo José Manuel Gómez, alias Pachá, y la novia de este, Claudia Castelo. Sus cadáveres aparecieron descuartizados dentro de un bidón en un descampado de la parroquia de Mandiá, en Covas, el 8 de septiembre de 2008, pero como refirió al tribunal de la Audiencia Provincial el autor confeso del doble crimen, las muertes las planearon y cometieron unos días antes él y la que era su compañera sentimental, Adriana Amenedo, que como él se enfrenta a acusaciones por delitos de asesinato, profanación de cadáveres y robo con fuerza que pueden costarles penas que suman, respectivamente, 47 y 55 años de reclusión.  
“Nos habíamos quedado sin dinero y planeamos robarle a Pachá el que tenía en casa. Decidimos hacerlo aquella misma noche. Teníamos idea de robar y matar”, afirmó, antes incluso de que la representante de la Fiscalía pudiese preguntar si había habido planificación. A ese respecto, no tardó en recalcar que tenían claro que iban a dar muerte a sus conocidos ya antes de entrar en su casa, sobre las tres de la tarde del 5 de septiembre. “Todo estaba premeditado de antes (...) Desde el principio sabíamos que si matábamos a Pachá tendríamos que deshacernos de ella”.  
Apenas dos minutos después de comenzar a testificar, Prado Riveiro despejaba así una de las pocas incógnitas que quedaban en torno al suceso, al volver a incriminar a la que en aquella época era su pareja, tras haberla exculpado de las muertes en algunas de sus declaraciones previas: “Los dos somos culpables por igual, pero yo le echo más culpa a ella porque fue quien me ‘cizañó’ para que matase a Pachá”.
Con esta palabras se alejaban las aspiraciones de ellas de obtener la libre absolución, tal como reclama su defensa, a la vista de los gestos que dirigía a su letrado  en las pocas ocasiones en que levantó la vista del suelo. El resto de las veces lo haría para dirigir insultos y reproches al padre de su hijo, hasta el punto de ser expulsada de la sala de vistas. Minutos después volvería a entrar, pero se negaría a prestar declaración, incluso ante su letrado.

Drogadicción > Pero no fueron, según reconoció luego el acusado, las malas relaciones entre su novia y el fallecido lo que determinó que les dieran muerte, primero a él y horas más tarde a su novia, en su propio domicilio, con ayuda de un martillo y un cuchillo: “Mis circunstancias personales me llevaron a esta violencia, a esta terrible masacre. Todo esto me demuestra que no estaba en mi sano juicio para nada, si no no hubiera matado a nadie, y menos a un amigo”.
Con ello hacía referencia a la adicción a las drogas que ambos procesados sufrían, pero también a los trastornos de personalidad que Prado Riveiro asegura padecer. Sobre la primera cuestión, llegó a decir que en aquella época consumían, entre los dos, hasta 15 gramos de cocaína diarios y algo de heroína. La segunda la resumió en una pregunta, formulada a la fiscal: “¿Cree que si yo estoy en mi sano juicio me voy a levantar de mi cama por cuatro míseros duros para matar a mi amigo?”.
A continuación, en una de las pocas ocasiones en que pareció perder la compostura, exclamó: “Pachá era inocente totalmente. No tuvo culpa de que yo lo tuviese que matar. Eso que quede clarísimo. Si Pachá no existiese sería otra persona. Cuando uno se encuentra en el enganche que nosotros teníamos no está en su sano juicio”.
Fue, pues, la necesidad de conseguir dinero para comprar droga lo que les llevó a organizar y perpetrar el crimen, según la versión del acusado, que llegó a reconocer que en aquella época se dedicaba a cometer estafas financieras “a diario” para abastecerse, mientras que su mujer había incluso atracado una gasolinera: “Pero por muy drogados que estuviéramos, al día siguiente nos echamos las manos a la cabeza y dijimos, ¡Dios mío, qué hemos hecho!”.

Arrepentido > Sin embargo, ninguno de los motivos que esgrime para explicar el crimen le sirven para excusar lo que hicieron, y en ese sentido justificaba ayer ante el tribunal de la sección segunda sus cambios de versión sobre el papel de Adriana Amenedo en el doble crimen.
Preguntado por las acusaciones particulares, que representan a los familiares de los fallecidos, acerca de esas variaciones aludió, en primer lugar, a su madre –“lo único que me pidió en esta vida es que contara la verdad”–, y después a la familia de las víctimas. “La tercera (razón) es que, por desgracia, un año después de los hechos no veía en Adriana el arrepentimiento. Se veía fuera y seguía por el mal camino. Si fuera a salir y cuidar de mis hijos me callaría la boca”, manifestó.


 

“Los dos somos culpables por igual”, afirma el acusado del crimen de Covas

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