Manuel Moledo lleva a La Viña su otra gran pasión

Manuel Moledo lleva a  La Viña su otra gran pasión
Expondrá sus primeras obras en el local de A Pasaxe SUSY SUÁREZ

Manuel Moledo despacha rosbifs al mediodía y paisajes impresionistas por la tarde. Cuando sale de los fogones de su restaurante “El cantoncillo”, el coruñés se refugia en casa o en el estudio. Lo lleva haciendo desde que un día le timbró a la puerta a Moncho “La fuente” hace 25 años y el maestro le ayudó a enfrentarse a un lienzo en blanco.
Ahora que tiene una colección de más de cien óleos, Moledo quiere mostrarlos más allá de su local de la plaza de Azcárraga. Para que el espectador se recree a partir del lunes en sus campiñas francesas y sus trozos de mar. En el restaurante La Viña presentará los primeros. Que pintó hace 20 años y en los que se puede reconocer a gente conocida del autor.
Manuel explica que al principio jugó con rostros conocidos y aún es hoy el día que los niños de Sorolla, al que tanto admira, comparten protagonismo con sus nietos y los barcos. Todo impregnado de mucho color. Que es lo que más le llama la atención a Moledo, hasta el punto de que su paleta aleja sus paisajes de la realidad.
Con tanta producción acumulada, el pintor le va dando salida a lo largo de paredes amigas. Las del restaurante y las de los que aprecian su arte. Antes, cada pieza pasa una temporada en su dormitorio. Al lado de su cama, las obras descansan ante la atenta mirada de Moledo, que con un ojo entrabierto las observa una y otra vez hasta que los propios cuadros le dicen “basta”.
Una vez que pasan la fase habitación, las composiciones caminan libres. Y piden un espacio para respirar. Es por eso que después de haber juntado una gran familia de pinturas, el cocinero se las lleva de paseo. Como una prolongación de lo que es, porque él adopta la misma filosofía para preparar su famoso arroz con bogavante que para llevar un patio andaluz a su terreno. Sigue preparando sus platos con cariño a una clientela fija que no falla y vuelve a su pasión cuando ya se ha ido el último comensal y solo queda el silencio.
Moledo dice que no tiene estilo propio: “Veo lo que hacen otros, pero aún así saco mi propia conclusión”. Cuando viaja, se trae fotografías de souvenirs, que acaban por ser pinturas que nada tienen que ver con la instantánea original. Él se encarga de darle vueltas –“ahora se me va mucho la mano”– y además del paisaje, Manuel plasma a gente anónima. Siempre en gran formato, que es donde más a gusto se encuentra.

Manuel Moledo lleva a La Viña su otra gran pasión

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