El uso constante de redes sociales se ha vuelto parte de la rutina diaria para millones de personas. A través de estas plataformas, muchos acceden a noticias, comparten contenido y comentan sobre la actualidad.
Sin embargo, no siempre se cuestiona la veracidad de lo que circula. En medio de esta dinámica, surge un problema cada vez más evidente: quienes pasan más tiempo conectados también parecen ser más propensos a aceptar como ciertas informaciones que no lo son.
Esta relación ha sido confirmada por un estudio reciente de la Universidad Estatal de Michigan, que vincula el uso problemático de redes sociales con una mayor credulidad ante noticias falsas.
Los investigadores emplearon una prueba online con 189 participantes, quienes evaluaron 20 publicaciones simuladas (diez reales y diez falsas) y registraron sus intenciones de interactuar con ellas (clics, “me gusta”, comentarios y compartidos).
Los resultados indicaron que quienes presentan mayores índices de adicción a las redes sociales son más propensos a juzgar creíbles las noticias engañosas y a difundirlas activamente.
El uso de redes sociales se ha convertido en parte integral de la vida cotidiana, con comportamientos que en algunos individuos pueden volverse excesivos y desadaptativos. Aunque la adicción a las redes todavía no se reconoce formalmente como un trastorno, comparte características con adicciones conductuales, como la sensación de malestar al privarse del acceso y la tendencia a retornar tras intentos de abstinencia.
Los autores del estudio de la Universidad Estatal de Michigan, Dar Meshi y María De Molina, diseñaron un experimento en el que 189 universitarios, con edad media de 19,8 años, completaron una tarea de detección de noticias falsas.
Quienes manifestaron un uso más problemático de las redes sociales mostraron una tendencia mayor a juzgar como creíbles las noticias falsas, a diferencia de quienes mostraron uso moderado o bajo. El mismo grupo fue más propenso a dar “me gusta” y compartir publicaciones engañosas, lo que multiplica el alcance de la desinformación.
Los investigadores sugieren además que los profesionales médicos deberían considerar el grado de implicación en redes sociales de sus pacientes, pues quienes muestran rasgos de adicción y uso problemático podrían requerir estrategias adicionales para contrarrestar la exposición a información errónea.
Identificar usuarios con alta predisposición a creer y difundir noticias falsas podría orientar iniciativas de alfabetización mediática y ajustes algorítmicos que reduzcan la propagación de desinformación.
“Al identificar a las personas más vulnerables a creer noticias falsas, podemos desarrollar herramientas para limitar su exposición y disminuir la diseminación de desinformación”, afirma Meshi. “Nuestros hallazgos ayudarán tanto a profesionales de salud mental como a responsables de políticas a proteger a quienes sufren consecuencias adversas por el uso excesivo de redes sociales”, añade Molina.
Este trabajo señala la necesidad de abordar el uso problemático de redes sociales no solo como un asunto de salud mental, sino también como un factor clave en la lucha contra la desinformación.
A medida que las plataformas evolucionan, será esencial integrar protocolos de detección temprana de uso abusivo y programas educativos que fortalezcan la resiliencia individual frente a las noticias falsas, para proteger de este modo, tanto el bienestar de los usuarios como la integridad del discurso público.