Viajar para hacerse un selfie

Sitúense una mañana cualquiera de este tórrido verano, en que han decidido viajar, pongamos, al sur de Italia.


Están paseando por Amalfi, una de sus pequeñas ciudades que antaño fueron república y que entre sus tesoros tiene la catedral. El viajero sin duda sentirá el impulso y la curiosidad de entrar en ese edificio barroco asentado en otro anterior del s.IX, y donde están las reliquias de San Andrés. Y de repente un grupo alegre y numeroso con un guía al frente, que les da unas escuetas explicaciones sobre el lugar, añade que si se dan prisa en visitar el templo aún les quedará tiempo para hacer compras antes de regresar al autobús.


Aguardo expectante para ver qué decide el alegre grupo de turistas. La mayoría no duda en colocarse a las puertas de la catedral para hacerse un selfie que colgaran en las redes. Son pocos los que deciden entrar a visitar la catedral ya que la mayoría preguntan al guía que les recomiende tiendas dónde comprar tal o cual cosa. En un minuto el grupo se va esparciendo, unos siguen haciéndose fotos a las puertas de la catedral, otros van entrando en los distintos comercios donde venden baratillas, que si un imán con la forma de la catedral para colocar en la nevera, o una camiseta, o una gorra... todo ‘made in China’. Otros alivian el calor comprando una botella de agua en algún puesto.


No puedo dejar de preguntarme para qué habrán viajado hasta esa pequeña ciudad que antaño fue una potencia marítima. En realidad está escena se repite todos los días en casi todos los lugares emblemáticos del mundo. Ya sea San Marcos en Venecia, el Taj Mahal, el templo dorado en Kyoto, o la Sagrada Familia en Barcelona. Tanto da. Vivimos en la era del selfie, en la que tantas y tantas personas sienten una necesidad imperiosa, no tanto de empaparse del lugar que visitan sino de dejar constancia de que han estado allí. Saben, a mi me parece un logro que hoy, una inmensa mayoría, pueda viajar a los más recónditos y lejanos lugares que antes solo eran alcanzables para quienes disponían de medios económicos. Los vuelos de bajo coste, el Interrail para cruzar Europa de punta a punta, en fin, hay distintos medios de transporte para “conocer” mundo. Pero eso, se trata de “conocer” no de hacerse fotos. Y el “mal de selfie” ataca por igual a jóvenes que a mayores, es más, yo diría que lo padecen más los mayores ansiosos por demostrar que han estado en tal o cual lugar.


De vez en cuando saltan a las primera páginas noticia de alguien que pierde la vida por hacerse un selfie colocándose al borde de un precipicio o colgando medio cuerpo fuera en la terraza de uno de esos edificios que tienen cien pisos. o no dudan en bajarse de un jeep para hacerse una foto cerca de un león. Reconozco que no termino de comprender cuál es el resorte mental de ese afán para demostrar, vía selfie, que se ha estado en lugares emblemáticos. Creo que muchas personas pasan por estos lugares sin más objetivo que poder decir “yo estuve allí” pero que su interés es relativo por ver, conocer, sentir, emocionarse... en esta ocasión por la catedral de la antigua República de Amalfi, una ciudad-estado habitada en el pasado por marinos y comerciantes, que alumbró la Tabula Amalpha que pasa por ser el estatuto marítimo más antiguo de Italia.. A lo que veo su historia no puede competir con un “recuerdo” fabricado en China aunque pase por ser italiano.  
 

Viajar para hacerse un selfie

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