Pablo, Pablito, Pablete

Algunos recordarán aquellas noches de radio en las que José María García nos ayudaba a dormirnos mientras nos ponía al tanto de todo lo que sucedía en el deporte español. Entonces se dirigía al presidente de la federación como “Pablo, Pablito, Pablete” y aquellos motes que él ponía tenían una gran influencia en la opinión pública. Hoy me sirve como título de esta columna para referirme al fundador de Podemos, Pablo Iglesias que, en su caída vertical ha recorrido todas las fases de estas nomenclaturas y todas ellas ganadas a pulso. Pablo fue cuando tuvo la habilidad política de ponerse al frente de un movimiento que, desde el cabreo, congregó a miles de españoles en torno a un proyecto político que prometía “tomar el cielo por asalto” y acabar con la “casta” entendida como una clase política acomodada y llena de privilegios.


Aquellas proclamas incendiarias convencieron a no pocos ciudadanos que confiaron en él y situaron a Podemos muy cerca de un “sorpaso” al Psoe al que le temblaron las piernas con el crecimiento de aquel movimiento. Ese mérito hay que reconocérselo al Pablo Iglesias que presumía de vivir en Vallecas mientras hacía las maletas para irse a Galapagar a un chalet de lujo.  Ahí asomó Pablito que, lejos de acabar con la casta, se incorporó a ella como alumno aventajado. Nunca sabremos como en tan poco tiempo aquel profesor de universidad consiguió la fortuna que costó su nueva casa. A partir de ahí, desayunos en los hoteles madrileños de cinco estrellas que tanto había criticado, grandes sedes para su partido y un premio gordo, la vicepresidencia del gobierno a pesar de las promesas de Pedro Sánchez que juró que no dormiría tranquilo con Podemos en el gobierno. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, Pablito no fue capaz de cosechar nada y todo su mérito consistió en embarrar la política nacional resucitando viejos odios que España ya había superado y tratando de destrozar los logros extraordinarios de una transición ejemplar y pisotear la Constitución del 78. Su llegada a Pablete llegó de la mano de su ridículo en las elecciones autonómicas de Madrid donde Ayuso y los ciudadanos lo mandaron para casa por la vía rápida, con cara de mal perder no tomó ni posesión del escaño.  A partir de ahí entró en bucle cometiendo error tras error mientras su “protegida” Yolanda le traicionaba con el beneplácito de muchos entregados “pablistas” que antes le había jurado amor eterno. Irene Montero y Ione Belarra no dieron la talla y tomaron el partido para acabar de destrozarlo con la inestimable ayuda de una tal Lillit Vestringe cuyos méritos se desconocen más allá de las habladurías tabernarias.


El 28M hundieron el barco de Podemos obteniendo, en toda España, menos de 123.000 votos, fíjense como funciona la izquierda mediática que publicó la “esquela” de Ciudadanos que obtuvo más de 300.000 sufragios en las mismas elecciones, pero había que dar por muerto el proyecto que, dicho sea de paso, ya había matado Albert Rivera previamente. Pero hay que salvar como sea la operación de Yolanda y, en lugar de dejar descansar en paz al partido morado, color muy apropiado para la ocasión, tratan de resucitarlo para dar oxígeno al engendro de Yolanda. España mira con esperanza al 23J porque, por mucho calor que haga, iremos a votar, no lo dudes, Sánchez.

Pablo, Pablito, Pablete

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