El mundo del hombre está marcado a sangre y fuego por la necesidad, y siendo así, qué necesidad tenemos de mostrarnos innecesarios. Cabe pensar que ninguna, porque todos somos hijos de esa misma servidumbre. Y no quiero decir que la necesidad sea mala o de mala índole, ni mucho menos, la necesidad es la más natural de las afrentas que nos impone la vida.
Porque la vida, ahí donde la veis, tan pletórica como orgullosa, es una necesitada, una menesterosa, una mendicante, una alma en pena por mor de la alegría de saciar esas apetencias esenciales que marcan su origen y destino.
Y siendo así y así entendido, qué necesidad tenemos de crear más necesidades que las necesarias. Entiendo que es la propia inercia de la ambición humana la que nos mueve a esa insaciable búsqueda de esa necesidad que sacie la necesidad, cerrando con ello el círculo; cada necesidad saciada con otra necesidad genera necesariamente otra más compleja. Y así es como vamos cerrándonos en verdaderas fortalezas de necesidades para la necesidad que nos convierten, necesariamente, en seres innecesarios, sin otra utilidad que la de convertir a la natural necesidad en motor de todas esas otras necesidades que amenazan con asfixiar la necesidad original. Pero eso qué importa, una vez que te has extraviado en tu laberinto de superfluas necesidades, cualquier necesidad se te antoja mejor, mil veces mejor, que la necesidad, aunque esta última sea la vida, tu vida.