Lentitud

Escribo estas líneas con el pensamiento puesto en mi desconexión estival, de fondo Silvia Penide insinúa “quiero una lentitud que no encuentro en el mundo, una lentitud” y por la ventana se cuelan los sonidos del jardín y el ritmo calmado de un día entre nubes de agosto. Elogio de la lentitud como diría Carl Honoré.


Vivimos en una sociedad adicta a las prisas, donde la rapidez se cuela como sello de identidad y se marida con la estimulación constante, las distracciones y la multitarea. Parece que somos personas más productivas cuanto más hacemos. El precio de esta celeridad, sin embargo, suele ser alto, tanto a nivel de calidad de vida como en nuestra salud. Como rechazo a todo ello, surge en los años 80 en Italia, el famoso movimiento “slow food”, reclamando el disfrute del momento, el consumo de lo local, los procesos sosegados. Movimiento que se ha ido colando en otras áreas.


No se trata de rehusar de pleno a la velocidad -a veces necesaria-, más bien se trata de conectar con los ritmos adecuados para cada momento, algo que los músicos conocen muy bien y denominan il tempo giusto (el tiempo adecuado). Tomar conciencia de cada momento, saborearlo, destilarlo y extraer su esencia. Gastronomía, viajes, construcción, compras… el movimiento se puede hacer extensivo a todos los ámbitos de nuestra vida hasta convertirse en auténtica filosofía.


Pararse, reflexionar, encontrarnos, estar y ser. Incluso permitirnos el “dolce far niente” que, en nuestra versión más gallega, sería el famoso pasmar. ¿Por qué no acceder a bajar el ritmo cada día o simplemente no hacer? Parece que nos pasamos la vida como El Coyote y el Correcaminos, en ese juego de huir y perseguir, beep, beep. No esperes para mandar a paseo a los coyotes de tu vida, y deja de perseguir a los correcaminos que seguramente jamás alcanzarás. No es necesario esperar a las ansiadas vacaciones, a los días libres o al fin de semana para disfrutar de esa serenidad y realizar cada actividad de manera consciente, prestando plena atención.


Me reconozco en las prisas y en la multitarea y sin embargo, cuando bajo mis revoluciones -menos veces de las que me gustaría pero cada vez con mayor frecuencia-, gozo de auténticos momentos de conexión, donde el silencio detiene el tiempo, los paisajes tantas veces visitados recuperan detalles nunca percibidos o descubro olores que me transportan a otras épocas. Y es entonces cuando me recuerdo que debería practicarlo más a menudo. Por suerte, vivo en un entorno privilegiado, donde es fácil refugiarse entre bosques o pasear junto al mar, alimentarse de lo que recolectamos directamente de la huerta de la aldea -casi todos tenemos una aldea- y quedar con mis amistades sin grandes planificaciones de por medio.


Calma, equilibrio y belleza creo que serían las palabras que mejor definirían esta lentitud que me ha inspirado hoy y que me gustaría contagiaros. Calma en ese movimiento adecuado, ni rápido, ni despacio, el más idóneo al instante presente. Equilibrio en relación a nuestros valores, a lo que se alinea con nuestra vida. Belleza por observar los detalles, escuchar plenamente, saborear y oler lo que nos rodea.  Vuelvo a Silvia Penide y busca “una lentitud de besos de despedida, una lentitud de persiana baja, una lentitud como de sueño profundo, una lentitud”.

Lentitud

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