Lo sucedido en la votación del jueves en el Congreso de los Diputados nos sitúa como país en el esperpento a nivel profesional. Cuando Antonio Giménez-Rico en 1986 llevó a las salas de cine “El disputado voto del sr. Cayo”, obra de Miguel Delibes, no podía imaginar la derivada de su trabajo 36 años después. Como diría Iglesias Corral, también en 1986, que casualidad, “aquí pasó lo que pasó y lo sabemos todos”. Vamos a ver, un diputado del PP se pudo equivocar a la hora de votar telemáticamente o también se pudo dar un fallo informático. En el primer caso el diputado Casero merece una reprimenda importante, no en vano su posible error ha sido transcendental políticamente hablando y sobre todo cuando se trataba de decir “si o no” lo que a priori no parece que sea muy complicado y, dada la relevancia del sentido de su voto, bien podría haberse fijado un poco más a la hora de apretar el botón. En el segundo caso, un error informático, tampoco debía suponer un gran problema si, una vez verificado el error, se corrige y punto. La verdad de lo sucedido se reduce a una falta absoluta de “fair play” por parte de la presidenta del Congreso quien, a su vez, comete otro error al anunciar que la convalidación de la reforma laboral quedaba rechazada para, a continuación, autocorregirse y anunciar que quedaba aprobada y todo ello ante el estupor de sus señorías y de toda España. Nadie entendería que este error de la presidenta pudiera suponer el rechazo al texto del decreto si la votación real dijera lo contrario. Cuando el diputado popular descubre el error, suyo o ajeno, se apresura a avisar a la mesa del congreso para corregir lo votado. Al tratarse de voto telemático esto corrección no sería un problema pues no se trata de una papeleta en una urna cuya paternidad resultaría imposible de justificar. En el caso que nos ocupa y al producirse con suficiente antelación sobre el recuento de los votos emitidos, la propia mesa del Congreso debiera aceptar la explicación del diputado y poner las cosas en su justo orden. Imaginen ahora que la votación es presencial y a viva voz un diputado, víctima del nerviosismo o de un despiste, dice “no” a la hora de votar para, en el mismo momento, enmendar su error diciendo “sí” y pidiendo disculpas. Nadie entendería que su error condenara la verdadera intención de su voto y todo quedaría en unas risas malévolas de los otros diputados. He podido leer el punto cuarto del reglamento de votación telemática del Congreso de los diputados que dice:” …la presidencia u órgano en quien delegue, comprobará telefónicamente con el diputado autorizado, antes del inicio de la votación presencial en el Pleno la emisión efectiva del voto y el sentido de este…” (pág. 364 del reglamento). Esto no sucedió, pero resulta muy significativo que el propio reglamento de congreso recoja esta posible incidencia de cara a garantizar que el voto de los diputados refleje fielmente la auténtica voluntad de sus señorías. Así pues, cabe decirle al presidente Sánchez:” así no, sr. presidente”, una votación tan importante no se puede sustanciar con una aprobación con un voto robado, no es bueno para lo aprobado ni mucho menos para nuestra calidad democrática que, sin duda, ha quedado manchada.