Las víctimas dejan atrás “la culpa” por haber sobrevivido al 11-M

Las víctimas dejan atrás  “la culpa” por haber sobrevivido al 11-M
12 MARZO 2008 PAGINA 36 MADRID, 11/03/08.- Varios asistentes depositan ramos de flores durante la concentracion convocada por la Asociacion Victimas del Terrorismo para conmemorar el Dia Europeo en Recuerdo y Memoria de las Victimas del Terrorismo y como

En la estación de El Pozo 1.755 personas resultaron heridas –250 graves– por el estallido en apenas cuatro minutos de diez bombas en varios trenes de Cercanías que se llevaron por delante la vida de 192 personas el 11 de marzo de 2004, entre ellas, además de Olga Rojas, está Vicente Marín, de 37 años, que dos años antes se había casado con Milagros tras doce años juntos.

Milagros rehizo su vida pero le costó mucho salir de esa soledad “impuesta”. Cree que los heridos o supervivientes, como muchos prefieren ser denominados, son los grandes ignorados.
Olga, Ramón y Juan Antonio viajaban en tres trenes diferentes aquella mañana. Milagros se despidió de su marido en la estación de Coslada. Los cuatro hablan con de aquel día y de cómo están quince años después.

La “suerte” de ser víctima
No se compadece al afirmar que padece una compleja lesión auditiva que le impide comprender en ocasiones a su interlocutor y le obligó a dejar sus estudios de piano que seguía desde los catorce años. Lleva audífonos y la visión se le quedó tocada, aunque no son solo los daños físicos los que más han marcado estos quince años. 


Recuerda casi al milímetro lo que pasó en aquel tren de dos plantas que todas las mañanas deseaba que llegara antes que otro al andén de la estación de San Fernando. “Es como si fuera hoy. Corrí hacia el segundo vagón porque el cuarto iba muy lleno. Sé dónde me senté, cuándo me cambié de sitio y hasta veo cómo unas quinceañeras se subieron en El Pozo montando escándalo”.


Después, oyó el “petardazo” y se quitó los cascos. “Íbamos despacio y las puertas se abrieron solas. Se fue la luz, pero el reloj seguía iluminado. Luego vino otra explosión tremenda y un aire tan caliente. Ya no vi a la gente que había estado observando”, dijo.


“Me han llegado a decir que esto me ha dejado tocada de la cabeza, que qué suerte tenía por lograr un contrato especial, que era una exagerada y que ya era hora de olvidar”, dice Olga que enfatiza: “Eso nunca se va a olvidar, en todo caso a superar”.

Nada fue igual
Como Olga, Ramón se sorprende de que quince años después siga viéndose sentado en el tercer vagón por la cola del tren al que se subía en el pueblo de Vallecas para ir, como todas las mañanas, a su trabajo en la Biblioteca Nacional. 


Sobrevivió a las tres primeras bombas, las que estallaron en la estación de Atocha, aunque creyó que la primera se debía a un accidente en una catenaria. Vio varios muertos, “del último vagón no quedaba nada”. Al pie de las escaleras mecánicas se sucedieron otras dos explosiones.


Ya en el Gregorio Marañón fue operado. De la onda expansiva, el intestino había quedado destrozado. Tenía metralla en el estómago (todavía hoy le queda pero no le molesta) y en el muslo. Doce días después le dieron el alta.

“He cambiado, soy más egoísta. Nada fue igual, mi mujer me lo dice, el trabajo se truncó. Ahora tengo 62 años y esto no se olvida, cómo se va a olvidar”, dice.

Solo  un abrazo
Vicente Marín fue uno de los 192 asesinados. Él, 37 años, y Milagros, 33, se habían casado dos años antes. Llevaban más de una década de novios pero no tenían aún hijos. “Queríamos disfrutar primero de nuestra casa y de estar solos un poco más y mira ni juntos ni hijos”, lamenta.


Milagros dejó a Vicente, que no tenía carné de conducir, como cada mañana en la estación. A las once de la mañana empezó a inquietarse porque ni cogía el móvil ni había llegado a su trabajo en la Torre de Valencia junto al Retiro. 


“Hasta el último momento tuve la esperanza, pero su familia y la mía creían que debíamos ir a Ifema. Yo no pude. Al día siguiente mi hermano me dio un abrazo, no hizo falta más”.
Se subió al tren en Coslada e iba de pie, pero en Vicálvaro se sentó y eso le salvó la vida. Minutos después, ya en la estación de Santa Eugenia una bomba explosionó en el vagón en el viajaba. “No me enteré de nada. Seguía sentado, no veía a nadie a mi alrededor pero no pensé en ninguna bomba”.


Muchos de sus compañeros de vagón murieron. A Juan Antonio un albañil sudamericano que había sido médico en su país le sacó al andén, le tumbó y atendió. Tuvo suerte: cuatro días de hospital y 23 de baja laboral.

Las víctimas dejan atrás “la culpa” por haber sobrevivido al 11-M

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