El largo abandono del bloque de viviendas de Epamar, en el barrio de Palavea, ha provocado que, poco a poco, se haya convertido en un foco de marginalidad. La mayor parte de las viviendas no están okupadas de manera permanente, pero se han convertido en el refugio de toxicómanos que los utilizan para consumir droga, sobre todo, heroína, que adquieren en el mismo barrio. “La Policía Nacional lo sabe –asegura el presidente de la asociación de vecinos, Manuel Gómez– y mantiene bajo vigilancia la zona”.
Pero, de momento, hay poco que se pueda hacer. El presunto epicentro de tráfico de drogas se encuentra en el corazón del barrio, justo enfrente del centro cívico. A principios de mes, la Policía Local acudió acompañando a unos operarios. Resulta que el okupa había aprovechado que una farola del alumbrado público se encontraba en la fachada para empalmar los cables y conseguir así luz para la vivienda. Los técnicos acabaron con la defraudación del fluido eléctrico de la forma más expeditiva: simplemente retiraron la farola. Además, la grúa municipal retiró el coche del okupa, que se encontraba estacionado en la misma calle, por una infracción que no ha trascendido. Pero por el momento, esas son las únicas actuaciones policiales que ha visto el barrio.
Control policial
El presidente de la asociación de vecinos insiste en que “la policía está enterada de todo”, y en que pasan patrullas de la Policía Nacional de vez en cuando, pidiendo la documentación a los extraños que merodean por los alrededor del bloque de Epamar. “Vienen mucho por la noche, pero también los hay que se acercan por el día. Les da igual todo”, comenta Gómez, que reconoce que hace tiempo que ha dejado de asomarse a los pisos abandonados. Solo la localización del barrio, tan alejado del centro de la ciudad e incluso con dificultades de acceso peatonal, evita que el lugar sea más popular para los toxicómanos. Entre tantos pisos vacíos, se encuentran varios con sillones, colchones, y restos de comida, con moscas pululando, y también el papel de plata que se utiliza para fumar heroína.
Después de cerca de 20 años de abandono, las viviendas de Epamar siguen siendo un testimonio evidente del estallido de a burbuja inmobiliaria. La mayor parte de los pisos, para los que nunca se concedió licencia de habitabilidad, están abiertos de par en par, aunque en otros se han instalado cerraduras, lo que invita a pensar en que algunos las ocupan de manera más permanente.
En malas condiciones
No es extraño que cuando hay un foco de venta de droga, se localice también cerca un lugar donde se consume, sobre todo en puntos ruinosos de la periferia, donde abunda el espacio y la intimidad que precisan los toxicómanos. En noviembre, cuando la Policía Nacional irrumpió en las viviendas de San José, los agentes se encontraron con cuatro consumidores que estaban fumando heroína en un cuarto habilitado para ello, situado en la planta baja. Según el relato policial, los que consumían su dosis allí mismo, lo hacían en condiciones “deplorables, con suciedad y humedad”. No mucho mejores son las condiciones que presentan las viviendas de Epamar, donde la basura se acumula junto a los restos de instalaciones destrozadas.
Aunque por el momento no es posible cuantificarlo, en los últimos años las asociaciones que tratan con drogodependientes han percibido un incremento del consumo de heroína, y ya muchos invocan el fantasma de los años ochenta. La Fundación Érguete asegura que la situación no es tan grave pero tiene constancia de la existencia de ocho puntos fijos, distribuidos por toda la ciudad, a los que acuden los toxicómanos para consumir.
Cada vez más se prefiere fumar la heroína en papel de plata a inyectársela, para retrasar en lo posible sus efectos nocivos. Por otro lado, se ha constatado un descenso en la calidad de la droga que se vende al toxicómano y que se debe a que cada vez está más mezclada con otras sustancias para maximizar el beneficio.Esto puede ser contraproducente porque “si viene de repente una remesa de mayor calidad, puede dar lugar a una ola de sobredosis”. Solo los toxicómanos más veteranos siguen prefiriendo la inyección intravenosa l