La lluvia es arte. Eso dicen cuando se visita Santiago de Compostela y arrecia agua del cielo. Pero también pone en evidencia, cuando la abundancia es mucha como la de estos dos últimos meses, las carencias reales de las urbes. Ahí los ayuntamienmtos deberían centrarse principalmente en comprobar que las alcantarillas y conductos estén perfectamente diseñados para evitar inundaciones y, principalmente, el estado de las aceras y calzadas, porque se forman auténticos charcos, que bien podrían ser lagos. Si nos centramos en la ciudad herculina, con lluvia, una de las que salen mal parada es la Ciudad Vieja. Cuando la lluvia hace acto de presencia es una auténtica odisea caminar por sus empedradas calles, pistas de patinaje improvisadas y losetas que no están perfectamente en su lugar. Así que es fácil recoger alguna que otra denuncia de los vecinos, porque el agua del cielo pone a descubierto grandes deficiencias. Falta de limpieza en las alcantarillas, muchas hojas de árboles sin recoger y alcantarillas atascadas por la suciedad acumulada. La lista es más larga.