Asumpta y los pueblos del mundo estiguiéndose. Podría ser un relato distópico o simplemente el surrealismo punk de los primeros Siniestro. Sea como fuere sigue funcionando de forma atemporal con una comunión de fieles que pintan canas y sufren entradas, pero que también acuden de manera litúrgica repitiendo estribillos con más tino que el propio Costas.
Las últimas visitas del vigués habían necesitado del apoyo de unas muletas y una silla. Ahora, en plena forma física (quién lo pronosticaría hace décadas), mostró la misma mala leche en sus apelaciones a un público entregado desde antes de empezar.
No tocó el legado de Julián, pero tampoco lo necesita. Es una punk (pidió una voluntaria para cantarla a dúo) que vuela todavía a gusto entre el siniestro, las aerolíneas y el carisma que le sostiene a modo de crooner de barrio. Hasta se permite mandar a la gente a comprar camisetas al puesto entre la pulpeira y las barracas.
No se olvidó del homenaje a Germán Coppini y otros amigos de la música caídos. No hubo lugar a la melancolía y sí a la ironía. Y así hasta que, al cierre de esta edición, se preguntaba por el destino en la galaxia.