A Coruña vista desde A Marola, la roca que marca el comienzo del Atlántico

Se trata de un islote cubierto de espuma que solo visitan las gaviotas y los percebeiros
A Coruña vista desde A Marola, la roca que marca el comienzo del Atlántico
A Marola, a la derecha, y A Maroliña, a la izquierda, abren un pasillo por el que a veces se cuelan los mariscadores | Fotos: Javier Corominas

Es un islote de poco más de 500 metros cuadrados que se levanta en el océano y que en los días de mar brava está coronado por una melena de espuma, que solo visitan las gaviotas (acoge una pequeña colonia) y los percebeiros. Dicho así, no parece gran cosa, pero para los navegantes de nuestro puerto, A Marola es muy especial. 


Incluso los que no han puesto el pie jamás en un barco conocen el dicho: “O que pasou a Marola, pasou a mar toda”. En realidad, no se trata de un islote, sino de tres, muy próximos los unos a los otros. La roca grande, llamada A Marola; A Maroliña, separada por un pasillo de la principal, y otra roca delgada, en paralelo, O Marolo. Desde antiguo se la conoce y así figura en el primer mapa realista de la ciudad. 

 

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Javier Corominas, un fotógrafo freelancer que está recopilado una serie de imágenes de la ciudad para un proyecto titulado ‘Galicia by night’,  acompañó a los percebeiros recientemente para sacar unas imágenes de aquellas rocas como pocas se han hecho con anterioridad. “Los marineros utilizan A Marola de guía porque es más grande de lo que parece. De hecho, desde la ciudad, ves una motita, pero es más grande”, explica. El día que escogió para visitarla “era para no haber ido porque no había viento, así que no veías las crestas de las olas”. “Había series de tres olas que te desplazaban cuatro o cinco metros, un volumen de agua muy fuerte, y cuando eso rompía ‘¡buf!’”.

 

Así se hicieron las fotos

Corominas sacó la cámara cuando se acercaron. “Le dije al patrón: ‘Ponme en un sitio medianamente tranquilo’. Nos pegamos tanto que veía el ‘código de barras’ de la piedra. La suerte –y en realidad creo que es eso– es que iba con profesionales. Ellos saben hasta dónde puedes llegar. Estábamos pegados a la roca. En una de las fotos, yo veía el fondo del remolino y todo pero no me sentí incómodo en ningún momento. Solo estaba mirando por el objetivo, me preguntaba cómo era la ciudad desde el mar y estaba tratando de plasmarlo desde esa perspectiva”.

 

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Javier Mariñas, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de A Coruña, conoce bien A Marola, como percebeiro que es. Es de los pocos seres humanos que la visita, saltando desde su embarcación enfundado en neopreno, pero tampoco él se atrevería a hacerlo con mala mar. “É un sitio perigoso, pero traballamos alí habitualmente”, reconoce. El mismo motivo que la hace peligrosa, la fuerza con la que el mar bate en ella, también le permite producir crustáceos de excelente calidad. “A parte que dá cara á Torre dá uns percebes espectaculares”, revela Javier Mariñas. No solo por su tamaño, sino también por su calidad. “A batimetría é brutal”, añade, refiriéndose a la forma en la que el océano golpea la roca. “Ten un fondo de pedra que pasa de moita a pouca profundidade de repente”, explica. Confiesa que él se ha subido a lo alto de A Marola para contemplar el paisaje.

 

El peligro del mar abierto

La parte más expuesta es también la que da el mejor percebe, pero cuando el mar está bravo, los percebeiros se trasladan al otro lado. Allí, al abrigo del oleaje, también pueden faenar, aunque el producto no es de tanta calidad. “A Marola ten esas dúas ventaxas: podes traballar tanto con mar bo como con mar malo”, concluye. “É dos sitios que máis estamos”, añade. A pesar del peligro que supone saltar entre las rocas, nunca se ha registrado un accidente grave entre los percebeiros que van a A Marola y, por supuesto, nadie ha tenido que pagarlo con su vida. “Algún golpe ha habido, pero ninguno de gravidade”, precisa Mariñas.


Desde Salvamento Marítimo tienen una visión muy distinta. Para ellos se trata tan solo de un peligro para la navegación y un lugar donde ocurren los accidentes. “En la navegación en A Coruña hay dos historias diferentes. En la zona de Sada, de Miño, el interior de la ría es muy tranquilo, la gente deportiva que tiene yate en Sada lo saca una vez el fin de semana, navega por dentro de la ría, que es una zona muy protegida, y para los pescadores deportivos es una zona muy protegida”, explica Roberto Pereira, capitán de la Marina Mercante.


Como la de Ares, la ría de A Coruña es una a zona de fondeo, donde los grandes barcos que recorren la ruta norte-sur acuden a resguardarse cuando el mal tiempo amenaza. Es un fondeadero excelente donde el oleaje apenas se nota, por eso los pescadores con muchos años a sus espaldas la navegaban como “si fuera la bañera de su casa, porque la ría llega hasta la puerta de su casa”. 

 

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El oleaje es intenso en esta zona | Javier Corominas


Pero en cuanto la pequeña embarcación se aventura en mar abierto, acercándose a A Marola, ya es otro asunto completamente distinto. “El Atlántico rompe allí”, explica Pereira, como si estuviera hablando de un monstruo y, añade, “aparte de eso, es una zona de muchas corrientes”. No se trata solo de la marea, que baja y sube provocando esos movimientos que cambian cada seis horas. También hay que tener en cuenta el aporte de agua de los ríos Eume y Mandeo.


“Siempre tienes corriente, o bien saliente o entrante, y se forman remolinos”, añade. En las fotos es posible apreciarlos, como trampas que se abren a los pies de los navegantes. “Para un pescador que sale con su barquito de cuatro metros, cruzar A Marola es cruzar el Atlántico, y allí está también Seixo Blanco”, continúa este capitán. 


Como los monstruos Escila y Caribdis de la leyenda homérica, el islote y el acantilado esperan que un navegante cometa un error. Cuando se enfurece, A Marola bate con tanta fuerza que salpica el faro de Mera. Entonces desaparece, pero, cuando la espuma se retira, la roca continúa allí, como lo ha estado desde la noche de los tiempos.

 

En la primera vista realista

MAPA
 

 

La primera representación realista de la ciudad de A Coruña data del siglo XVII. En concreto, data del año 1634 y lleva la firma del cartógrafo portugués Pedro Teixeira. A dicha personalidad le encargó el rey Felipe IV un mapa de España. En el caso coruñés, el resultado de dicho encargo fue una vista de pájaro de la zona, en la que aparecen representados espacios como la capilla de San Amaro, la Torre de Hércules, el barrio de la Pescadería, el castillo de San Antón y, en la esquina inferior izquierda, ‘Lamarola’.

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