Cuando se trata de reparar una galería como las coruñesas es necesario un especialista, un carpintero de exterior, como José Carneiro Roca, de Carpintería Paradela, en Padrón. A lo largo de los años, han trabajado en cerca de un centenar de galerías en esta ciudad. “En A Coruña hay muchísimas galerías, y en Santiago igual”, reconoce. En quince días se puede hacer una galería, si todo el mundo en el taller se consagrara a esa tarea. Pero es imposible: “Llevamos unos años es que una locura el nivel de trabajo. Llevamos a un ritmo infernal desde 2019”.
Él lleva cuarenta años dedicado a este oficio, uno de los pocos expertos que sobreviven en un entorno en el que los trabajos manuales no tienen relevo generacional. “Cada vez menos son los carpinteros que se dedican a este tipo de trabajos. Muy pocos quieren hacerlo, y los que lo hacen se dedican a interior, que necesita menos tiempo de aprendizaje”, dice Carneiro.
En efecto, en el exterior cada galería y cada ventana tiene su medida, así que hay que tomarla, y fabricarla y después montarla. “Es un proceso mucho más largo”, afirma el artesano, que asegura que la mayoría de las galerías coruñesas son, en realidad, nuevas, aunque réplicas de las antiguas y es mucho más duro con los propietarios de estos edificios que el propio Ayuntamiento. “Lo peor es el sol, abre grietas y luego el agua trabaja. Y el problema es que la gente se conciencia de llevar el coche al taller, pero la carpintería no. Hace dos años me llamó un cliente de Santiago y me preguntó ‘¿Cómo la ves?’ y le dije ‘En el punto exacto de repintarla por fuera’ y se gastó un dinero y lo hizo. La mayoría, no”.
“A mí me gusta mi trabajo, por eso me metí a carpintero. Mi padre ya lo era, y fue mi padre quien lo fundó –explica Carneiro–. Me gusta repartir la madera, me gusta cuando hay que hacer matemáticas para prepararla. Lo que menos me gusta es el montaje, porque para entonces ya la hemos montado en la carpintería”. Sin embargo, este artesano no ha conseguido transmitir ese amor por la madera a sus hijos, que se han dedicado a la hostelería. Con 60 años, se preocupa por el releve generacional.
Cuando se jubile, es posible que la carpintería cierre, porque ninguno de sus empleados quiere tomar el relevo. “La gente no quiere responsabilidades –asegura Carneiro–. Soy realista: tendré que trabajar otros diez años más”