La cobardía de la humanidad

Basta leer o escuchar las noticias para comprobar que solo es verano en algunas partes y que para millones de personas no hay vacaciones sino dolor y miedo. La ex fiscal de la ONU especializada en la lucha contra crímenes de guerra, Carla del Ponte, ha abandonado la comisión de investigación de la ONU para Siria manifestando que es imposible llegar a acuerdos porque nadie de los implicados los quiere. “Somos impotentes. No hay justicia para Siria”, ha dicho. 
Y eso a pesar de que, como añade Del Ponte, “los crímenes terribles cometidos en Siria no los vi ni en Ruanda ni en la ex Yugoslavia. En Siria todo el mundo es malo. El Gobierno de Assad ha cometido terribles crímenes contra la humanidad usando armas químicas y la oposición está compuesta sólo de extremistas y terroristas”. 
Después de más de cinco años de guerra civil, el balance es de más de 250.000 muertos y millón y medio de heridos, más de un millón y medio de sirios huidos a Europa y muchos millones más de desplazados en otros países, así como seis mil cadáveres en el Mediterráneo. Algunos sirios que tratan de volver a sus territorios de origen, pura devastación, se enfrentan a todo tipo de peligros y amenazas. Y los países “civilizados y democráticos”, los defensores de los derechos humanos compiten no para restaurar la paz sino por sus intereses económicos o geoestratégicos.
Mientras esto sucede patrulleras libias, pagadas con dinero europeo, abren fuego contra las embarcaciones de las ONGs que se juegan la vida para salvar a los que huyen del terror y la muerte. Y un barco de una organización xenófoba europea navega con libertad con el objetivo de hundir todas las pateras que se encuentre por el camino. Italia ha confiscado el barco de una ONG que se negó a firmar el nuevo código de conducta en el apoyo a las víctimas, pero nadie paraliza al barco asesino. 
En Libia –otro conflicto del que los europeos nos hemos olvidado aunque la tragedia sigue viva– los inmigrantes son tratados como esclavos, maltratados, extorsionados, vendidos o intercambiados entre mafias en campos de refugiados oficiales o “irregulares”. Y Europa mira para otro lado.
En La República Centroafricana, el misionero español Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, la única voz que nos llega de esa zona, acaba de denunciar que cincuenta personas han sido degolladas o asesinadas en la misión de Gambo y que las luchas entre los selekas y los antibalaka auguran que las matanzas indiscriminadas de cristianos o musulmanes pueden ser terribles. La labor de las fuerzas de Naciones Unidas allí desplegadas es difícil, pero manifiestamente mejorable. Casi siempre llegan cuando ya ha sucedido lo peor y se van cuando la amenaza es mayor. Nadie confía en ellos. Los centroafricanos y sus sacerdotes o imanes, que caminan de la mano frente a la violencia, están a merced de la peor violencia.
Los Estados Unidos de Trump han dado un paso atrás en la defensa de los derechos humanos, pero Europa no le va a la zaga. Y de Rusia, mejor no hablar. El negocio millonario del control de fronteras o el de la misma guerra les interesan más que la paz. Tiene razón el activista chino Ai Weiwei cuando dice que “la humanidad es cada día más cobarde”. Pero la “humanidad” es sólo una palabra que esconde que somos cada uno de nosotros.  

 

La cobardía de la humanidad

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