Sobran en este país, echando un somero vistazo a esta última semana, argumentos –parafraseando al difunto Copini– para la lírica. De algún modo, la reciente condena –pendiente del correspondiente recurso, por supuesto– de siete concejales del gobierno municipal de Santiago por decidir sufragar con fondos públicos la defensa jurídica de otro, pasó casi un tanto de soslayo en el panorama informativo al coincidir con el anuncio de la abdicación del Rey y la llegada al trono del Príncipe de Asturias. Sorprende en cualquier caso que alguien dispuesto a morir en la cama como jefe del Estado –lo dijo la Reina– sea capaz de tomar una determinación que, se mire por donde se mire, adopta la pátina de la Historia y permite orientar a una nueva generación –incluida la política– a gestos que deberían ayudar a configurar un futuro bien distinto del que tenemos. Las lecturas han sido infinitas. Y si es cierto que el modelo de transición a la democracia en España fue modélico por la enorme dificultad que suponía superar un régimen dictatorial y emocionalmente autárquico fue gracias a figuras como la de Juan Carlos I o Adolfo Suárez, no lo es menos que a ello contribuyó tanto el conjunto del país como infinidad de líderes políticos del gran puzzle de entonces. A grandes males, grandes remedios. La frase, tan socorrida, debió de sobrevolar durante largo tiempo sobre La Zarzuela, pero en todo caso con el ánimo de evitar este abrumador solaz que quema las raíces de toda creencia, o al menos de las que se denominan mayoritarias.
Demasiados acontecimientos en apenas dos semanas, porque lo de las elecciones europeas golpea los ejes de un carro al que, como se ha visto ya, se suman los que nunca estuvieron. Aquellos que lo hacen con el hálito de los demás –el de quienes sí siempre han estado–, sin duda con la estulticia que posee todo aquel que piensa que decir algo implica que se crea en ello y, lo que es peor, que piense que convence. De todo pace en la pradera; desde el que recurre al látigo de una nueva confrontación civil hasta el que sostiene, contra sus creencias, que más vale lo que hay, ya conocido, que lo que pueda llegar.
Lo de Santiago, lejos de ser cuestión ajena a lo que se avecina, resulta más próximo de lo que en principio cabría esperar, porque lo cierto es que en política las decisiones son más difíciles de asumir, aun cuando todo conduzca a la misma dirección, como queda demostrado con la posterior dimisión de otro edil y, la más acuciante, de la propia portavoz del PPdeG en el Parlamento gallego. Cuestiones todas ellas que se escapan a la autocrítica y más adecuadas a aquello de que “yo no he sido” o “no quise hacerlo” que a lo de “me equivoqué”. Algo que, por cierto, asumió incluso Don Juan Carlos tras salir a matar elefantes. De paquidermos va también la cosa en el terruño en el caso de aquellos que siguen pensando que, no hablando de nada, nada se sabe.