GRANDEZA HUMANA

Habíamos sufrido tantas penurias de mal tiempo que en cuanto asomó el sol nos lanzamos al rompeolas que divide los arenales de Riazor y Orzán. No nos saciaba un simple aperitivo. Queríamos comer bien. Devorar el sol ausente en un invierno muy duro. Y aunque el astro rey es fuente de vida trae también catarrazos incómodos y peligrosos. Asimismo, pese a no convencerme la actual distribución de bancos, camino hacia ellos buscando belleza, brisa y ese horizonte infinito donde se besan aire y mar.
Achaques de la edad pese a ir protegidos por sombreros. A los veinte años aguantábamos todo y hoy cualquier airecillo nos mete en cama. Pero soy terco y acudo a la cita. Oteo las olas y reflexiono sobre el sacrificio de unas criaturas por otras. Desde semejante proa vuela el tirabuzón modernista consagrado como monumento a los héroes del Orzán. Una escultura de acero con los brazos de tres policías y un estudiante apretando sus almas en noche de temporal arbolado. Hablamos mucho de víctimas al conmemorar los atentados islamistas de Madrid, los asesinatos de ETA, la grandeza de tanto héroe anónimo que salpican a diario las fechas del calendario. No obstante, sin olvidarlos, yo vivo esta atalaya rompe-olas adornada con flores de mis héroes coruñeses. Que lo dieron todo sin pedir nada a cambio. Quizás para confirmar con Pascal las razones del corazón que la razón no comprende o, primordialmente, según el mismo filósofo francés, para destacar la arrolladora fuerza de nuestros épicos personajes: “El hombre que se ahoga es más grande que el mar, pues el hombre sabe que se muere, pero el mar no sabe que lo mata”. ¿Cuándo el ocaso enciende de rojo fuego nuestro Monte de San Pedro y asciende Venus -coqueta y seductora- al cielo coruñés, no vemos cuatro brillantes luceros que jamás nos abandonan?

GRANDEZA HUMANA

Te puede interesar