“M” y “M”: vidas paralelas

Mou tiene cabreado al mundo excepto a un grupo de hooligans, con menos cabeza que un alfiler, y Mariano tiene protestando en la calle a todos, excepto curas y banqueros.

El primero metió el dedo en el ojo de Tito Vilanova y el segundo, la mano en la cartera de todos los ciudadanos… excepto curas y banqueros.

Mou aplaude a sus jugadores más agresivos y los incita a la falta, el insulto, el juego sucio.

Mariano aplaude a los sectores más aguerridos de su partido, anima a los grupos más radicales del nacional-catolicismo y agranda la brecha entre la ciudadanía.

A Mou no le gustan los árbitros, los rivales, los periodistas que no le aplauden con las orejas y la masa crítica que piensa que el fútbol solo es un juego. Su desprecio por las formas le lleva, a menudo, a dejar a su segundo que responda en las ruedas de prensa o, simplemente, deja de asistir.

Mariano, como es sabido, desprecia al Parlamento y se esconde ante la opinión pública detrás de la vicepresidenta y los ministros.

Mou tiene un pasado que todos conocemos (desde su etapa en Can Barça hasta hoy) pasando por el Oporto, donde jugó siempre sucio en connivencia con lo peor del arbitraje y es común que se apunte los éxitos y endose los fallos a trencillas.

El otro “M” tiene un pasado, que cada día nos recuerda internet, desde su paso por el Concello de Pontevedra hasta su llegada a Moncloa; así como por su etapa de articulista, en “O Facho” de los vecinos del sur, donde dejó escrito que la igualdad era un invento de los bolcheviques y la supremacía de la raza blanca indiscutible.

Mou no recuerda que antes de que él ocupara el banquillo del equipo blanco, este había ganado ligas, copas y torneos internacionales. Y que le debe –tiene una deuda– con Miguel Muñoz, Del Bosque y una amplia nómina de entrenadores que, con menos medios, superaron su carrera madridista.

Mariano presidente ha sido capaz de dilapidar una herencia conseguida con los años y gracias a una ciudadanía que hoy, viendo que lo bueno no existe y lo malo está peor, repite lo que gritan en la calle y lo que la crítica pide en general: váyase a casa. Márchense. Es por el bien del fútbol, del planeta.

 

“M” y “M”: vidas paralelas

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