¿REALMENTE SE PUEDE?

Solo tres meses ha necesitado una nueva plataforma política, Podemos, para lograr aquello que a otros les ha llevado años, por no decir décadas. Compárese si no su caso con el de UPyD o Izquierda Unida. Lo del tiempo, ya se sabe, es un grado, así que quien es capaz de romper con tan sensible bagaje, del que tanto hacen gala muchos otros, ha debido de doler en el espinilla de más sólidos y curtidos contrincantes, que por otro lado oscilan entre la decepción o la constatación de haberse quedado cortos. En prensa, los grandes acontecimientos, sucesos inesperados en su mayoría, conllevan la unanimidad en la lectura. El 26 de mayo pasado, el “fin” del bipartidismo en un país habituado a que la divergencia calce mejor a la derecha –¿quién no recuerda los experimentos del GIL o de Ruiz Mateos?, por citar algunos–, que una formación progresista, identitaria del descontento, alineada en la izquierda o, cuando menos, contraria a lo que el partido de turno impone, puede ser la excepción. Y todo, sin dinero para una agresiva –económicamente hablando– campaña electoral como la que es habitual en las fuerzas con pedigrí y con supuesto sólido líder. Bien arropado pero sobre todo con una gran capacidad para el argumento, un exquisito trato hacia los beligerantes contertulios con los que coincide habitualmente y, por lo que se ve, puede que hasta dotado de una nueva forma de entender la política que no proceda del insulto y la descalificación hacia el contrario, verdadero cómputo en el que se mide la mayoría de un país próximo al paroxismo verbal, cuando no al esperpento mediático, Pablo Iglesias ha demostrado que se puede.
Todo elemento nuevo implica una distorsión. Si hace apenas unos meses este país se podía medir por lo conocido hasta entonces, evidentemente no sucede así ahora. Atrás, muy atrás, ha quedado el movimiento del 15M, más o menos superado en el espectro social por la fuerza de los grandes partidos y la incapacidad, de estos, y también de los minoritarios, de trasladar tal eclosión al ámbito que mejor conocen. Aunque Iglesias ha insistido de forma reiterada que Podemos no es expresión de tal movimiento, tal vez la clave para explicar su arrolladora entrada en el escenario europeo y las expectativas que despierta la formación de cara a los más inmediatos comicios, los municipales, tenga más que ver con el hecho de que quienes trataron de reducir la indignación ante la agresividad de las políticas gubernamentales han fracasado estrepitosamente, como también lo han hecho aquellos que, estando en la oposición, se vieron incapaces de asumir que no se trataba de incorporar lo evidente a sus programas electorales, sino de todo lo contrario. Se trata en definitiva de asumir lo que los grandes –léase por ejemplo PSOE porque, al menos por el momento, el PP no lo necesita– no están dispuestos a aceptar, o a entender: que a veces, simple y llanamente, hay que empezar de nuevo.

¿REALMENTE SE PUEDE?

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