La última encuesta del CIS presenta a Podemos como la tercera fuerza política del país, al menos en intención de voto, y además a su líder como el político más valorado por una ciudadanía que, se supone, contempla un amplio abanico de preferencias, como es obligado en todo estudio sociológico. En la práctica, sería contraproducente pensar que una buena parte del electorado, tanto de izquierdas como de derechas que con anterioridad se decantó por las fuerzas políticas hasta entonces conocidas, no viese en la nueva formación una alternativa que, a la vista de los más de 1,2 millones de votos captados en las elecciones europeas, introduce una distorsión desconocida en el panorama patrio. La mayor, con toda probabilidad, la que está generando en las dos grandes formaciones que hasta ahora han capitalizado el poder en este país. Dos partidos y dos estrategias, por lo que ve, diametralmente opuestas son las que, hasta el momento, se vislumbran. Toda aproximación a cuanto se derive del futuro de Podemos alcanza, a estas alturas, el grado de la entelequia, pero esto última no oculta una más que grave preocupación en el seno del tradicional bipartidismo, aunque con matices.
Si el PP parece tener claro –ahí están las recientes declaraciones de Esperanza Aguirre al comparar la estrategia electoral de la nueva fuerza con, nada más y nada menos, la de Goebbles al encumbrar al nazismo– que toda contribución para enfrentar al conjunto de la izquierda es poca, falta por saber qué perspectiva maneja el socialismo una vez concluida la elección de su nuevo secretario general. Sobre todo tras tomar conciencia de que si es necesario un giro a la izquierda, como parece que demandan sus bases, este sigue la estela de gestos que nunca antes se habían visto. Sin ir más lejos, el que recientemente suscitó el apoyo o el rechazo a la monarquía constitucional como forma de Estado. La preocupación no solo absorbe a la socialdemocracia de centro, sino también a Izquierda Unida, consciente de que el protagonismo que hasta ahora suponía representar de forma, si no exclusiva sí cuando menos preponderante, el más férreo rechazo a la derecha, no es una mera patente de identidad, ni mucho menos de marca, sino también un claro exponente, pese al crecimiento, de que todo lo hecho hasta ahora puede no ser suficiente de cara a futuras aleaciones políticas, y ya no digamos programáticas. Un elemento coincidente sin embargo en todos los casos, se trate del partido del que se trate, es que la carencia de una estructura orgánica en una formación como Podemos puede aportar mínimos grados de ventaja en las fuerzas tradicionales, en casos como del IU habituadas al proceso asambleario, o en el del PSOE, empeñado, como se ha visto, en recuperar el tono participativo si es a costa de ello, y no del carácter jerárquico, como entiende que puede resolver la sangría de votos. Lo único cierto, en cualquier caso, es que Podemos es un verdadero interrogante, tanto para unos como para otros.