La dignidad del Parlamento

es hora ya, decía Bill Clinton en el discurso de su primera toma de posesión, que rompamos con el mal hábito de esperar algo, a cambio de nada, de nuestro Gobierno o unos de otros. Asumamos todos más responsabilidades, no solo por nosotros y nuestras familias, sino por nuestras comunidades y nuestro país”. Asumir responsabilidades. Nuestros dirigentes, que son como nosotros, ni mejores ni peores, son, o deberían ser, más responsables que nosotros. En ocasiones no lo parece. Y si algo hay que exigirles es que respeten y defiendan las instituciones representativas, que las pongan en valor, que no las utilicen para intereses partidistas. En primer lugar, el Congreso, el Senado y los Parlamentos autonómicos donde reside, a veces sólo como realquilada, la voz del pueblo.
En los últimos meses, incluso años, el Parlamento catalán ha sido escenario de episodios lamentables. No por lo que allí se defendía sino por las maniobras del independentismo contra la legalidad constitucional, denunciada no ya por los partidos de oposición sino por los propios letrados de la Cámara. La dignidad del Parlament dejó de existir hace mucho tiempo y en los últimos meses hemos sido espectadores de un bochorno que amenaza con no acabar nunca. Los intereses de los ciudadanos que dicen representar han sido pisoteados y esa cámara noble ni siquiera es un lugar donde debatir con serenidad y desde la legalidad normas que den respuesta a los problemas de esa sociedad.
El presidente del Gobierno se ha negado a ir al Senado a explicar las denuncias sobre su tesis “para no rebajar la dignidad de la Cámara”. Un presidente nunca debería negarse a dar explicaciones sobre ningún tema ni, mucho menos, rehuir el debate parlamentario. Pero casi es peor que no explique la razón por la que se rebajaría la dignidad del senado: si por la baja calidad de su tesis o porque es un tema que, según él, no interesa a los ciudadanos. Y lo mismo podríamos decir de otros políticos y sus máster o sus “amistades peligrosas”.
En el Congreso, otro tanto. El Gobierno intenta evitar el debate, aprobando decretos leyes sin justificación legal, no sólo éste, también todos los anteriores y la Mesa del Congreso es a veces un espectáculo poco edificante en lugar de un órgano para ordenar el debate. Personajes rufianescos insultan y agreden verbalmente a personas que acuden a la Cámara para dar explicaciones y hasta a sus propios compañeros con una chulería de barrio que delata su falta de educación y de respeto a la institución.
¿Y qué decir de un Parlamento andaluz que se disuelve tras escenificar Ciudadanos y PSOE una ruptura que a ambos les conviene y en el momento en que a ambos les viene mejor? No es el único, hay más, pero indica que nuestros políticos respetan el sistema parlamentario solo cuando coincide con sus intereses y que tratan de forzarlo siempre que no es así. Vuelvo a Clinton: “el desafío del pasado sigue siendo el desafío de nuestro futuro: ¿seremos una sola nación, un único pueblo, con un único destino común o no lo seremos? ¿Iremos todos juntos o nos disgregaremos?”. En democracia solo es posible avanzar desde el respeto a las normas y a las instituciones. No es una opción, es una responsabilidad ética.

La dignidad del Parlamento

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