Pablo en misa y en la procesión

A todos nos gustaría estar en misa y en la procesión, al plato y a las tajadas, pero sabemos que no es posible. Existe, sin embargo, una criatura excepcional que no lo sabe, o que hace como que no lo sabe: Pablo Iglesias Turrión, líder de Unidas Podemos y vicepresidente segundo del gobierno de la nación.

Conciliar la pertenencia a un partido (la posesión más bien) tan fuertemente sectario como Podemos, con un alto cargo público de servicio a todos los españoles, ya es difícil, pero pretender no conciliar en absoluto ambas cosas, como al parecer pretende últimamente Pablo Iglesias, y seguir tan campante, es imposible.

Estar en misa, esto es, en la responsabilidad de gobierno, y repicando, es decir, en la oposición al propio gobierno, es, más que una majadería, una imprudencia, y más en los tiempos que corren, en los que se busca desesperadamente, más que en ningunos otros, alguna certidumbre y alguna seguridad. O dicho de otro modo: defraudar a los millones de españoles que avalaron un gobierno de progreso para revertir las políticas reaccionarias y antisociales del anterior, mediante el alineamiento con la Rusia de Putin y con los secesionistas catalanes, parece, como digo, una imprudencia, y, si se apura un poco, una soberana gilipollez.

Lo de ir de segundo nunca le moló a Pablo Iglesias, y nunca le molará, pero escandaliza que haya tardado tan poco en expresarlo sin tapujos. Su lado pueril, caprichoso, egoísta, impaciente, le ha vuelto a jugar una mala pasada. No quiere decir esto, empero, que en sus últimas pabladas no lleve algo de razón: la democracia española, en efecto, es inmensamente mejorable. Es más; está lastrada por un sinfín de vicios y tics heredados del más ominoso pasado, desde el amiguismo, el nepotismo y el enchufismo a los escasos y pobres cauces de participación, desde la burocracia esterilizante hasta la corrupción política desatada o la desidia institucional.

Cuando pasen las elecciones catalanas, Pablo Iglesias verá que sus guiños a la estelada le han rentado poco y aflojará la marcha, pues por nada del mundo querrá poner en riesgo su cargo por apretar más de la cuenta. No obstante, habrá dejado, una vez más, noticia de su alarmante apego a estar en misa y, simultáneamente, en la procesión. 

Pablo en misa y en la procesión

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