Un beso de Errol Flynn a Olivia de Havilland camuflado por un sello del arzobispado de Burgos en un programa de la película “Camino de Santa Fe” le dio a Bienvenido Llopis la idea: investigar las huellas de la censura franquista en los carteles de cine en la dictadura. Aquello ocurrió hace 28 años. Llopis, coleccionista cinematográfico, tenía un puesto en el Rastro y fue un cliente quien le mostró la imagen.
“Se me encendió la lamparita”, dice el autor de “La censura franquista en el cartel de cine”, que ha dedicado media vida a recopilar el material del libro.
Publicado por Notorius, el volumen ya va por su segunda edición. Ideas políticas, religión y sobre todo sexo, nada que pudiera alterar la moral y el orden establecidos escapaba al control de los censores, que devolvían los carteles a los artistas para retocarlos una y otra vez. Los escotes y piernas de Marilyn Monroe, Sophia Loren, Ava Gardner, Lana Turner y otras divas fueron las principales víctimas de esa persecución implacable.
Así, al palabra de honor de Rita Hayworth en una imagen promocional de “Gilda” le aparecen mangas por arte de magia; las más sensuales de las chicas Bond de “Desde Rusia con amor” directamente desaparecían del cartel, y Sara Montiel se queda abrazando el vacío en “La mujer perdida” al borrarse el cuerpo de Giancarlo del Duca.
abertura de anita ekberg
La abertura del vestido de Anita Ekberg en “La Dolce Vita” fue considerada demasiado atrevida y aparece disimulada en unos programas de mano que nunca llegaron a distribuirse, ya que la censura optó directamente por prohibir la película.
Algo parecido sucedió con “El eterno pretendiente” de Cary Grant: los programas se destruyeron porque el título les pareció inadmisible. Otras veces eran las estrellas las censuradas, cuando el régimen estimaba que se habían posicionado en su contra. Así, Charles Chaplin aparece sin cabeza y rotulado como “Carlitos” en los carteles de “La sal y salero”.
También a James Cagney se le solía excluir de los repartos, mientras otros como Joan Crawford o Bette Davis eran incluidos y luego borrados.
“He estado buscando material por toda España, pateándome el país de arriba a abajo”, asegura Llopis, que se hizo con unos anuarios del cine español de comienzos de los sesenta, con los listados de empresarios de cine, direcciones y teléfonos, y empezó viajar.
Fruto de esos viajes, además de carteles y programas, el libro incluye recortes de prensa, postales y cromos. “En el 99% de los casos la cartelería la hacían artistas españoles, contratados por las distribuidoras”, explica.