También las palabras delinquen

Conformarse con calificar de “inaceptable” la amenaza del Presidente de la Generatitat de Cataluña, Quim Torra, incitando a “atacar al Estado”, equivale a “esconder la cabeza debajo del ala”, al no apreciar ninguna responsabilidad política, administrativa ni judicial en tan grave amenaza pública por parte del máximo representante del Estado en dicha Comunidad Autónoma.
Esa respuesta sí que resulta inaceptable, pues da carta de naturaleza a toda amenaza o expresión delictiva que no se haya traducido en actos. Lo anterior es semejante a no protegerse ni evitar la tormenta antes de que se produzca aunque venga anunciada por el trueno y los rayos que la preceden. Sabido es que el fuego lo provoca quien enciende la llama; pero quien prepara el terreno y pide que se prenda la mecha es tan culpable o más que el que la enciende y pone en práctica.
Cuando en Derecho se habla de autor intelectual se refiere no al que materialmente realiza el acto, sino al que lo promueve, alienta, defiende y justifica. 
Es jurídicamente insostenible y política y moralmente inaceptable que se considere inocuo delictivamente incitar a atacar al Estado por el responsable político que lo representa.
Si las expresiones no fuesen delictivas, habría que suprimir de las leyes penales los delitos de amenazas, injurias, calumnias, ataque al honor y la intimidad, incitación al odio, apología del terrorismo y demás figuras punitivas cometidas por medio de la palabra oral o escrita.
Que los delitos de opinión no sean castigados no implica que las libertades de opinión y expresión sirvan de patente de corso para cometer cualquier clase de delito. 
En relación con lo expuesto, debemos reconocer que la idea de Kierkegaard de que la “libertad es acatar las normas que uno mismo se ha impuesto” debe completarse con el pensamiento de Kant que aconseja “obrar de tal manera que nuestra norma de conducta pueda convertirse en norma de general observación y cumplimiento”, o lo que es lo mismo, querer para los demás lo que uno quiera para sí mismo.
Cuando la inacción del Estado se convierte en “inanidad” o no dar importancia a hechos y amenazas tan graves, es lógico que salten todas las alarmas y que la población se pregunte quien defiende al Estado si sus principales responsables no lo hacen.

 

 

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