Yolanda Dorda, en el Kiosko Alfonso

Yolanda Dorda expone en el Kiosko Alfonso una selección de su obra que abarca desde el año 2007 hasta la actualidad. Nacida en Barcelona (1974), vive desde los 2 años en A Coruña, la tierra de su padre, y aquí inició sus estudios artísticos de escultura, en la Escuela Pablo Picasso y desarrolló su trayectoria plástica. Estudios en Londres (1997,2002, 2003), en el Colegio Slade, Universidad Chelsea y City Lit College la llevaron a decantarse por la pintura, en una línea que conecta con el expresionismo figurativo.


Este se manifiesta en sus obras de una manera muy personal, en la cual combina un lirismo desgarrado y patético con otro más íntimo e interiorizado en el que las emociones aparecen contenidas, y sugieren gestos de desconcierto y de asombro de dulces rostros, sobre todo de niños. Los niños tienen, por cierto, un protagonismo especial en su obra, ellos son los poseedores de una inocencia que se ve amenazada por el entorno y en sus ojos o en el ademán de sus cabezas se adivinan inquietantes preguntas que parecen interrogar a lo desconocido.


Hay toda una ontología, una visión de la condición humana manifestándose a través de los rostros y de los cuerpos, que se contorsionan en posturas eróticas o se tumban en espera de gozosas epifanías que tal vez nunca se producirán. Nos revela que crecer como humano está hecho de esfuerzo, de lucha continua y de dolorosos descubrimientos y que la belleza, física o moral, exige sobreponerse a las limitaciones o incluso al horror; como el de esos niños que gritan o que lloran desconsolados, o el que levanta la ropa con sus manos, para mostrar su lastimado pecho mientras su triste semblante de mirada perdida es toda una lección de desamparo y de tácita súplica.


De expectación ante el incierto futuro y de lo que será la edad adulta habla el cuadro en que una niña y un niño, que llevan los ojos vendados, esperan sentados junto a una especie de soto o rincón de jardín; su silente y expectante quietud es todo un símbolo del temido rito de paso hacia la pubertad. Un capítulo significativo es el dedicado a los juegos que incluyen la presión creada por el ansia de ganar, como vemos en la muchacha ensimismada con la cuerda que tensa entre sus dedos, o que incluso llevan a recrearse en cierta violencia, como sucede con las dos niñas que, calzadas con los zapatos de sus mayores, juegan a soldaditos con pistolas.


Tal como exige el expresionismo, su pintura trata de extraer lo que duele, inquieta o desasosiega y lo hace preferentemente con gamas rosáceas y terrosas, en trazos emocionados, ágiles y vibrantes, que a veces tienen la tersura de una caricia y, otras, son claramente laocontianos, Así, sus pinceladas hablan, reflejan los tropismos de la vida y revelan los íntimos movimientos del alma, sus ángulos secretos y sus anhelos, angustias o ensueños rotos . Dueña de una escritura plástica de gran sutileza, Y. Dorda, consigue modular los ritmos de las emociones y penetrar en las honduras psíquicas, a la vez que demuestra su empatía con el ser humano.

Yolanda Dorda, en el Kiosko Alfonso

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