Con el título de ‘El arte cien por cien imaginado’, la galería Xerión ofrece una muestra de la obra de Javier Ortas (Madrid, 1966) que, tras hacer estudios de ingeniero agrónomo y trabajar en una finca de México y en una floristería de Madrid, pasó a plasmar su pasión por la naturaleza en la pintura, donde da cauce a una obra gozosa y llena de lirismo. Ha realizado numerosas exposiciones y proyectos relacionados con el arte, ha participado en prestigiosos certámenes, recibido importantes premios y sus cuadros figuran en importantes colecciones de Francia, México, Italia, México, Bélgica y Estados Unidos, entre muchos otros.
Todas sus creaciones, realizadas en acuarela, llevan la impronta de una gramática singular, en la que combina una especial técnica de la acuarela, consistente en la superposición de capas, con una manera de configurar las figuras o de sugerir espacios, mediante trazos predominantemente paralelos; a ello se suman los acordes de color, que consigue por medio del atinado uso de los complementarios, como el rojo y el verde o el naranja y el azul, en suaves saturaciones, con lo que logra un cromatismo delicado y armónico. Compone así escenas amables y gozosas, cuyos protagonistas son seres humanos, en su mayoría jóvenes, que disfrutan de la vida, que aprovechan el instante, siguiendo el imperativo latino del “carpe diem” (coge el día).. Como él mismo dice. “el mundo ya tiene suficiente negatividad. Hay que aportar belleza y lo mejor de uno mismo”; por ello, cada una de las obras expuestas es un canto a la vida, una invitación al juego. Esto puede verse en cuadros como ‘Jugando en casa’, que representa a un padre con su pequeña hijita sobre los hombros arrastrándose e gatas por el suelo; o en ‘Jugando en la playa’ donde un nutrido grupo de jóvenes se afanan en lanzarse un balón.
Sus escenarios, ajenos a la grandilocuencia, hablan de la vida cotidiana y de sus humildes y sencillos avatares y de la alegría que nace del amor, como puede verse en ‘Madre e hijo con perro’ o en ‘Un día de sol’ que representa a una parejita que está sentada en un banco con las manos enlazadas. A esta expresión de disfrute y alegría, contribuyen los escenarios, que son siempre idílicos; ya sean paisajes, como ‘Tiempo de primavera’, donde pinta dos árboles de frondosas copas verdes contra un cielo de exultante azul, o ‘Una casita’ que es como un gozoso remanso en una llanura bajo un alto cielo lleno de blancas nubes ; ya sea un interior como en ‘Chica con gato’ que muestra a una muchacha sentada en una cama jugando con el animal.
Un cuadro como ‘Pequeño paisaje costero’ establece un contrapunto entre la tierra con tres frondosos árboles de verde copa, el mar azul con veleros blancos y el alto cielo azul con viajeras nubes. Un cuadro singular y casi simbólico, que puede resumir su visión amable de la vida, es ‘Un ruiseñor’. En él, el ave se balancea sobre una alta rama de un árbol con redondos frutos dorados, como haciendo de su canto una oda a la maravilla de la vida.