In dubio, pro votos

Sólo hubo doce días de distancia entre la liberación de Ortega Lara por la Guardia Civil y el secuestro y cobarde asesinato de Miguel Ángel Blanco, ahora hace veinticinco años. Aquella ETA que siempre asesinó sin razones y por la espalda, acaba de ser decisiva para el presidente Sánchez para aprobar una ley de memoria democrática que va a reescribir la historia de España, y la de ETA, y va a extender las víctimas del franquismo hasta 1983, cuando gobernaba Felipe González. El pacto de Sánchez con Bildu es un escándalo, una bofetada al PSOE y a las víctimas de ETA y un paso más en el blanqueamiento de sus herederos. La portavoz de Bildu en el Congreso de los Diputados es Mertxe Aizpurua, redactora-jefe en el diario Egin hace veinticinco años. Al día siguiente del día de la liberación de Ortega Lara después de 532 días de terrible secuestro en un zulo de dos metros de largo por uno de ancho, el diario de Aizpurua tituló: “Ortega Lara vuelve a la cárcel”, haciendo referencia a su trabajo antes de ser secuestrado. Sin vergüenza alguna.
 

Ni ella ni ninguno de sus carceleros, ni tampoco ninguno de los jefes de ETA que ordenaron su secuestro --y el de Miguel Ángel Blanco-- y que estaban dispuestos a verle morir en el zulo, le han pedido perdón. Uno de sus carceleros, Ion Bolinaga, asesino, además, de varios guardias civiles, el hombre que nunca se arrepintió de sus crímenes, que castigaba a su víctima apagándole la pequeña bombilla que le daba luz siete u ocho horas al día, gozó de libertad desde 2012 a 2015, “ante la inminencia de su muerte porque sufría un cáncer terminal”: Bolinaga se paseó libremente por San Sebastián, mientras su víctima todavía sufría los daños de un secuestro injusto, inmoral e inútil y a su muerte fue objeto de un homenaje por representantes de Bildu e históricos dirigentes de la izquierda abertzale vasca. La generosidad del Estado y la grandeza de Ortega Lara contrastan con la miseria del hombre que quería que muriera en el zulo, aunque sabía que no era culpable de nada, y la de quienes afirmaron en el funeral de Bolinaga que “los últimos años han sido muy duros para la familia”. Cuando murió Bolinaga, Ortega Lara sólo dijo: “Se acabó, descanse en paz, punto final”. Sin odio, sin rencor. Como la inmensa mayoría de las víctimas de ETA, hoy olvidadas.
 

Tuve el honor de hacer a José Antonio Ortega Lara la primera entrevista que concedió, años después del secuestro, y que se publicó en El Mundo de Castilla y León y luego en el libro “Castellanos por Derecho”. Nunca olvidaré su rostro conteniendo aún las lágrimas y el dolor cuando revivía lo sucedido, el trato que sufrió en ese zulo inhumano, las conversaciones con sus carceleros, los castigos que le imponían cuando les discutía alguna orden o les recriminaba su actitud, los momentos en los que pensó en acabar con su vida, el pensamiento de que nunca saldría vivo de allí, sus paseos kilométricos en un lugar donde apenas cabía un camastro... Todavía hoy algunos de los actuales socios de Sánchez se ríen de él, de su sufrimiento, del de todas las víctimas, de todos los crímenes que aún no han sido esclarecidos. Pero son socios preferentes de Sánchez y del Gobierno de España.
 

Días después de la liberación de Ortega Lara, el asesinato de Miguel Ángel Blanco provocó el despertar de una sociedad dormida y cobarde, de una sociedad vasca que vivía bajo vigilancia y con miedo al delator. Veinticinco años después, los herederos de ETA son “gente de paz” para el Ejecutivo, la mayoría de la sociedad vasca –y de la española– ignora que pasó con Ortega Lara o quién fue Miguel Ángel Blanco y en muchos pueblos vascos la libertad es todavía una utopía. Decía el fallecido profesor Beristáin que el “in dubio pro reo”, en el caso del terrorismo debía traducirse por “in dubio pro víctimas”. Sánchez no está con los vulnerados ni con la justicia moral a las víctimas. Para él, “in dubio, pro votos”.

In dubio, pro votos

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