El récord de maratón de Kipchoge, la versión extendida de una de las pelis de ‘El Señor de Los Anillos’, un gran premio de Fórmula 1, un concierto o algún festival pequeño, el trayecto en avión entre Madrid y Moscú, el montaje del armario que tengo al lado de la lavadora, la presidencia de Pedro Lascuráin en México, la Super Bowl, la serie ‘Querer’ (tremenda) y mis propósitos de Año Nuevo. Todas estas cosas duran (o duraron) menos de 5 horas y 29 minutos, el tiempo que estuvieron Carlos Alcaraz y Jannik Sinner reventando la pelota en la final de Roland Garros.
Pero esta lista no es más que una excusa. Un intento de darle forma, de traducir a escala de los mortales lo que es pasarse cinco horas y media pegándole a una bola con tal violencia y precisión, sin apenas errores forzados, sin regalar nada, sin caídas físicas ni mentales.
Animo al que esté leyendo esto a que busque en YouTube el tie break definitivo de la final de 2020 del US Open entre Thiem y Zverev. Mi compañero Santi lo pasó por WhastApp para poder ver la diferencia entre un final de partido y otro. Y son dos deportes diferentes. El de 2020 es un cuadro. Los dos están tiesos y no se atreven a pegar ni una bola en un ambiente que tampoco ayuda, con las gradas vacías en medio de la pandemia. Y ‘solo’ iban tres horas y 40 minutos. Pero mi intención no es rajar de Thiem y Zverev. Solo faltaría. Me parece lo normal. Que yo me canso cuando tengo que subir en Riazor hasta la zona de prensa. Lo marciano es hacer lo que hizo Alcaraz en ese super tie break. Ser valiente, lúcido, preciso y creativo después cinco horas y media. En cambio, yo dejé el montaje del armario para el día siguiente. Sí, mentí.