hace unos cuantos años los gallegos descubrimos un empleo distinto para los rastrojos y otros restos de la venta de madera de las antiguas carballeiras, antes de reconvertirlas en eucaliptales y todo ello unido a los nuevos usos de las antiguas lareiras. El churrasco vino para quedarse desde allende de los mares y las maderas de los robles encontraron un empleo desmesurado en la brasa para quemar carne. Si antes el olor a sardiña a finales de junio era el pistoletazo de salida de la temporada veraniega, ahora el peixe deja paso a la vaca, ternera o cerdo, en combinado mixto. Las exaltaciones gastronómicas de vacuno y porcino se hacen de rogar ya, sobre todo como alivio para el sector de la crianza de bichos variados en el agro, tan maltratado últimamente, como le ocurre a las especies pelágicas. Una política resiliente ganadera y de comensales, a la espera de que la leche encuentre otras salidas culinarias, es necesario que se presente a los fondos europeos, porque hay mucha carne que quemar y mucho eucalipto que cortar, aunque no dé buen sabor a la res.