Luis Piedrahita | “El coruñés es anfibio, puede estar a remojo como los garbanzos”

Su vida coruñesa se mueve entre dos plazas, la del Libro y la del Humor, en una ciudad que define como “una tostada mordida por los dos lados” desde la que siempre es posible ver el mar
Luis Piedrahita | “El coruñés es anfibio, puede estar a remojo como los garbanzos”
Luis Piedrahita, junto a la figura de Forges, en la plaza del Humor | Quintana

Entrevista CTV

 

Luis Piedrahita (A Coruña, 1977) posa para la foto con la figura de Forges que hay dibujada sobre el suelo de la plaza del Humor, aunque bien podría haber elegido la suya propia. Este es uno de sus rincones preferidos de la ciudad, por su simbolismo y por quienes allí habitan. “Los grandes escritores han abrevado en el humor todos –reflexiona–; es una especia genial para salpimentar otros guisos y eso les hacía geniales”. Sus obras y aquel tipo de humor han inspirado el Encuentro Mundial de Humorismo (EMHU), del que es director artístico, y que se inauguró esta semana.   

 

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de la ciudad? 
Esas navidades multitudinarias en casa de mis abuelos. Unos vivían en Ciudad Jardín y otros en Calvo Sotelo. Si buscamos uno más urbano, ir con mi madre al parque de Santa Margarita. Era algo inabarcable, como entrar en un bosque. Recuerdo caminar y caminar y una fuente, unas escaleras, una cantera de piedras y un estanque con cisnes. Tendría tres o cuatro años y jugaba con un muñequito de plástico que tenía un paracaídas.

 

¿A qué colegio fue? 
Primero fui a una guardería que se llamaba Jardilín Hotel y después, a los Jesuitas, a Santa María del Mar.

 

¿Y cómo recuerda esa época? 
Ahí es donde sucedió mi infancia, que es con lo que he amueblado todo lo demás, toda mi carrera artística. Mi primera actuación de magia fue allí. Tendría doce años y me dijeron: “Mira, nadie quiere hacer nada en las fiestas del colegio, tú vas a hacer magia”. 


O sea, que no lo eligió usted. 
Me lo impuso un profesor. Yo no había hecho magia nunca. Sabía hacer algún juego de cartas pero no podía hacer eso delante de dos mil personas y dije, bueno, voy a hacer algo facilito, que no he hecho nunca pero creo que voy a saber, que es cortar a una persona a la mitad, esto se hace con dos personas en una caja. Entonces, le pedí a mi madre la caja de una nevera y metí a mi amigo Toni...

 

¿Siguió siendo su amigo después del número? 
Sí, hace mucho que no lo veo, pero después de la magia, sí. Se metió ahí dentro y mi amigo Pablo venía desde fuera. Yo ponía la caja, con Toni dentro, hacía el gesto y Pablo se metía, se acurrucaba y Toni sacaba los pies por el otro lado. En mi cabeza, funcionaba perfecto; en la realidad sucedía que un niño entraba en una caja y pasaba a medir 2,20 metros.

 

¿Y cómo acabó la cosa? 
Meto la sierra para cortar y le doy en la cabeza a mi amigo Toni y grita: “¡Ah!”. Pero la cabeza que se veía era la de Pablo, que no movía la boca. Era como un número de ventriloquía. Cuando termino de cortar, sale mi amigo Pablo, la gente aplaude y empieza a gritar: “¡ Que salga el otro, que salga el otro!”. Y dirás: todo esto que me está contando no me lo creo. Pues, si quieres, te enseño el vídeo...

 

¿Hay vídeo de aquello? 
Sí, hace nada, un testigo me lo mandó [Coge el móvil de la mochila, localiza el vídeo y lo reproduce: en la pantalla se ve a un jovencísimo Luis Piedrahita hacer todo lo que ha contado]. Mira yo qué pintiña tenía, los carteles de Claudio, de Leyma, la sierra [unas planchas metálicas sin dientes], la caja, los pupitres sosteniendo la caja y el pabellón gritando “¡El otro, el otro!” (risas).

 

¿Ahí comenzó su carrera en el mundo del espectáculo? 
Sí, sí, mi comienzo como mago fue ahí. Y descubrí que cuando uno sale al escenario tiene que dejar el pudor aparte. No se trata de ser el más guapo ni el mejor, con ser entretenido ya basta.

 

¿Cuál era su barrio? 
Yo vivía justo al lado de la plaza del Libro, donde estaban Nós, Everest... siempre rodeado de librerías. Jugaba en la plaza de San Pablo con Edu, que era mi amigo de la infancia. Recuerdo una historia con ocho años. Me llama por teléfono y me dice: “Ven corriendo”. “¿Qué pasa?”. “No tengo tiempo de explicártelo, pero esto es importante”. Salgo corriendo (él vivía junto al Zara), bajo la cuesta, subo a su casa y entro. Estaba en el dormitorio de su madre, en el baño, abre el armarito y había una caja de tampones abierta. Nos miramos los dos y decimos: “¡Dinamita!” (risas). Cogimos solo algunos ‘cartuchos’, para que no se dieran cuenta y salimos a la plaza de San Pablo. Íbamos muy despacio, no fuera a explotar.

 

¿Y qué hicieron con ellos? 
Lo que más nos gustaba era poner petardos en la caca de los perros, era nuestra especialidad. Ponemos un tampón en la caca y el gran honor era encenderlo. La mecha se apagaba, cada vez había menos y, según se iba acabando, lo abrimos y salió toda la celulosa. Así que nos miramos y dedujimos que como la madre de Edu guardaba la dinamita en el baño, con los vapores, estaba mojada. Así que decidimos avisarla. Era reconocer la intromisión pero es que si no, el día que ella la necesitara no le iba a funcionar.

 

¿Cómo reaccionó? 
Llegamos y le dijimos que la dinamita que tenía en el cuarto de baño se había humedecido y estaba inservible. Ella, ni corta ni perezosa, respondió: “¿De qué queréis el bocadillo?”. Nos tomamos unos bocadillos de Nocilla y ahí se quedó todo.

 

Además de la plaza de San Pablo y las trastadas que hacía ahí, ¿por qué más barrios se movía? 
Siempre viví en esa zona hasta que me fui a Pamplona. Mis padres ahora viven en Ciudad Jardín y cuando vengo estoy allí.

 

¿Cómo acaba estudiando Periodismo en Pamplona? 
Mi padre es un señor muy serio, que me decía: “Tú, Luis, de verdad, estudia lo que quieras, Económicas o Empresariales”. Por aquella época, había unas charlas en el colegio y recuerdo ir a una de Bieito Rubido, que habló de lo que era la profesión de periodista. Y dije: “Esto se parece a lo que yo quiero de escribir guion”. Y como entonces estaba de moda Pedro J. Ramírez, que era un periodista que se vestía de banquero, con tirantes, con eso convencí a mi padre. Luego ya me cambié a Comunicación Audiovisual y me especialicé en guion y etcétera, etcétera.

 

¿Qué echa de menos cuando sale de A Coruña? 
Hay una cosa que la gente no valora, lo fantástico que es poder ir a todas partes caminando. El que coge el coche es un capricho. Salvo que haya una lluvia torrencial pero bien es cierto que el coruñés es anfibio. Somos como los garbanzos: podemos estar a remojo y no nos pasa nada. El coruñés sabe que el agua no es mala. 


¿De qué presume como coruñés? 
De una cosa: tú vas paseando y, cuando quieres, puedes ver el mar. Hay que hacer así o así [gira la cabeza] porque A Coruña es como una tostada mordida por los dos lados. Eso lo hay en Cádiz, en Venecia y en pocos sitios más.

 

¿A qué etapa del pasado viajaría? 
Por ejemplo, volver a ver al Dépor ganar la Liga. Eso estuvo muy guay. ¿Hormigoneras con los colores de un equipo de fútbol? Recuerdo aquello como algo mítico. No soy un gran futbolero pero sí de las cosas que ponen feliz a toda una ciudad. 

 

Preguntas cascarilleiras

¿Churros de Bonilla o del Timón?
Mi experiencia me ha llevado más a los churros de Bonilla. De hecho, creo que los del Timón no los he probado nunca. Tengo que probarlos, pero los de Bonilla me flipan.

 

¿Prefiere los jardines de Méndez Núñez o monte de San Pedro?
He trotado más por los jardines de Méndez Núñez. Incluso he ido en los caballitos, cosa que no puede decir todo el mundo.

 

¿Calle de la Estrella o calle de la Barrera?
La Estrella, los pinchos de la Estrella.
 

¿Bebe agua de Emalcsa o embotellada?
Por supuesto que del grifo.

 

¿Playa de Riazor o playa del Orzán?
Mmmmm, ahí me lo pones difícil. Por cercanía, Riazor. Pero me gusta más la del Orzán, fíjate. Soy como una persona que se contradice a sí misma. Voy más a Riazor, pero me gusta más el Orzán. ¿Por qué? Soy idiota, pero eso no es nada nuevo, eso ya lo sabíais.  

 

¿Recorre la ciudad a pie o motorizado?
A pie, es el vehículo que me encanta. Además, contamina poco y tiene todo eso.

 

¿Helados clásicos como los de la Colón y la Ibi o sabores más modernos?
Yo soy de ‘helao’ de ‘mantecao’, ¿te acuerdas de eso? (risas). Soy de sabor clásico, vainilla... Una buena vainilla no se supera. No sé por qué han seguido inventando sabores cuando hay gente que todavía no controla la vainilla.

 

¿Verbena o concierto?
Yo creo que soy más de concierto.

 

¿Alguno que le haya marcado especialmente?
Recuerdo haber visto a Bob Dylan ya varias veces y es muy espectacular.

 

¿Aquí, en el de los Mil Años?
No, lo vi en Gijón, en Madrid... ¿Sabes qué concierto fue mítico? ¡Prince! En Santa María del Mar.

 

¿Fue a ese concierto?
No, porque era muy pequeño. Pero viví todo lo que supuso ese gran hito musical.

 

¿Es más de Carnaval o de San Juan?
Soy más de San Juan. No soy muy partidario de una fiesta donde el mérito sea disfrazarse.

 

¿Dice más veces chorbo o neno?
Ninguna de las dos cosas pero cuando quiero caricaturizar soy más de ‘neno’. Me encanta porque solo es en Coruña. Hay términos como ‘chuquel’, como ‘neno’, que son maravillosos. Incluso diría chiringar, dar jugo... son palabras que solo son de aquí y cuando uno está fuera cree que las puede utilizar. Y no. Dices: “No me chiringues; huy, qué jugo da esto” y la gente te dice: “¿De qué estás hablando?”. Y cuando te das cuenta de que esas palabras que son esenciales para el transcurrir de la vida de un coruñés no las puedes utilizar lo vives como una amputación.

Luis Piedrahita | “El coruñés es anfibio, puede estar a remojo como los garbanzos”

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