En 1989, Leopoldo Nóvoa ejecutaba en una de las laderas de Santa Margarita un mural que era hermano, o continuación, del que un cuarto de siglo antes había realizado en Estadio de Cerro, en Montevideo (Uruguay).
El mural de la cantera de Santa Margarita se hizo con materiales de desecho, tuberías, pizarra o trozos de mármol, entre otros elementos cuya pretensión era que cubrieran prácticamente todo el talud desde la cascada del Palacio de la Ópera, aunque finalmente no se ejecutaría en su totalidad.
Con esta creación, A Coruña sumaría una nueva obra al museo al aire libre que se ha ido conformando con el paso de los años.
Pero, apenas una década después, el mural de Nóvoa ‘perdió’ una parte en pos del pragmatismo y de la accesibilidad, ganando así una batalla al arte, algo que generó el descontento de su creador y también del resto de artistas de la urbe.
Durante estas últimas semanas hemos podido recordar cuál era la idea original de Nóvoa. En el Kiosco Alfonso, en la exposición ‘A Cidade das Artes’ (que conmemora el 175 aniversario de la Real Academia Galega de Belas Artes), se muestran de nuevo al público cuatro bocetos donde el creador pontevedrés enseñaba cómo quedaría su idea y otros con los materiales que utilizaría en cada espacio. En esos bocetos, el mural se veía completo, sin el elemento que lo ‘diseccionaría’ apenas diez años después.
A principios de los 90 se creaba el acceso al parque de Santa Margarita desde la avenida de Arteixo. En aquel momento se hablaba de la posibilidad de idear también un puente que desembocara en la misma zona de la entrada, para entrar al parque directamente desde calle Industrial.
Esa idea del puente no se materializó hasta finales de los 90. Y fue ese el momento en el que el mural de la cantera de Santa Margarita perdería una sección.
Aquello fue una suerte de afrenta al mundo del arte que aún pervive a día de hoy. En una entrevista reciente con El Ideal Gallego, el artista Héctor Francesch decía “tenemos un Leopoldo Nóvoa que se le metió una cosa ahí por el medio y que hubo que restaurar...”.
Desde María Pita se aseguraba por aquel entonces que esa era la mejor solución, la que menos afectaba a la obra, pero afirmaban que todos los técnicos opinaban que uno de los pilares del puente debería apoyarse necesariamente en el talud, por lo que era la opción menos dañina para la obra.
No obstante, la explicación no fue suficiente ni para el artista ni para el resto del sector de la ciudad, que llegaron a tildar de “agresión” y “aberración” lo que se había hecho al mural.
Y el cisma fue aun mayor, ya que, debido a un viaje del creador a América, el Ayuntamiento ni siquiera había podido contactar con él para comunicarle el seccionamiento de su pieza. Durante sus posteriores visitas a la ciudad, años después, Nóvoa prefirió no ver el resultado tras la actuación municipal y se mostró muy crítico con la acción.
El mural, asimilado por los coruñeses como parte ya de su día a día, sigue siendo objeto de gran atención para los visitantes, por su peculiaridad, tanto estilística como formal, y por ser una representación del informalismo de la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, con el paso del tiempo, los coruñeses sí que tuvieron que volver a mirar a la obra del talud de Santa Margarita con tristeza, ya que la falta de mantenimiento durante años volvía a hacerla peligrar.
Hace apenas tres años que la creación de Leopoldo Nóvoa vivió su última puesta a punto, con una restauración a fondo. No sólo se reacondicionó todo el entorno del mural, también se limpió a fondo (para controlar el florecimiento de microorganismos y otros elementos), se eliminaron los materiales ajenos y se adecuó la explanada vegetal superior, que completa la obra del artista pontevedrés.