Pero ¿qué coño tiene que pasar...?

"Pero ¿qué coño tiene que pasar, señor Sánchez, para que asuma sus responsabilidades?”. Así concluyó Pablo Casado, líder de la oposición, su cruce de espadas verbal con el presidente del Gobierno en la sesión de control parlamentario de este miércoles. Notable pieza oratoria, sin duda, que hizo levantarse a la bancada ‘popular’ y vitorear largamente a su jefe de filas quién sabe si por su arranque castelarino, tan racial. Claro que Sánchez, antes, había respondido a la parte inicial de la intervención de Casado, fogosa y llena de preguntas que, como siempre, no fueron contestadas por el presidente, con un festivo “pero ¿cuántos cafés se ha tomado hoy, señor Casado?”. Será porque el café estimula los nervios la razón, quizá, para que, a su vez el presidente del PP dijese lo que dijo y que titula este comentario. Comprenderá el lector que, a estas alturas, no me voy a escandalizar por el hecho de que una de las palabras más usadas en las conversaciones cotidianas entre españoles se lance como una piedra a la cabeza política del adversario. Sánchez ya lo hizo con Rajoy, “pero qué coño tiene que pasar, señor Rajoy, para que usted...” y la frase hizo titulares. Tal vez por eso ahora la utiliza Casado, para salir en los titulares, sin percibir que va a figurar en el apartado de los chascarrillos, de la frivolidad, y no en los de los contenidos. Claro que, la verdad, puede que nos fijemos poco en los contenidos profundos de las propuestas de nuestros políticos en parte porque no hay profundidad. Ni contenidos.


Claro, uno se siente, en buena sintonía con el léxico político más actual, inclinado a pensar que para qué coño sirven estas sesiones de control parlamentario, que nos defraudan tanto cada miércoles. Y también da uno en reflexionar acerca de si el próximo debate de la nación, que finalmente se ha convocado para comienzos de 2022, aunque aún sin fecha concreta, será como estas sesiones de los miércoles, pero ampliado a dos jornadas completas. Confío, y quizá sea mucho confiar, en que ni el Gobierno ni las oposiciones varias dilapiden esta ocasión de debatir de veras, a fondo y de modo constructivo, sobre los muchos, pero muchos, problemas que nos aquejan. Hace siete años, siete, que no tiene lugar la más importante, clarificadora y vistosa de las modalidades de sesiones parlamentarias, que antaño, antes de la Gran Crisis Política, tenía lugar anualmente, pretendiendo, en efecto, tomar el pulso al estado de la nación. Qué tiempos aquellos...


Optimista como soy, ha mucho que vivo confiando en que las sesiones parlamentarias consistan en algo más que en lanzar acusaciones sin el más mínimo respeto a la presunción de inocencia, o en guardar silencio cuando eres testigo en una comisión investigadora, o en cachondearse de las Señorías que te interrogan. O, en el mejor de los casos, en un diálogo de sordos de esos que, además, se niegan a oír. El Parlamento, en suma, merece un respeto que tantas veces no se le muestra.


Y ocurre, en consecuencia, que, a veces, uno siente la tentación irrefrenable, y perdóneme el lector, de decir que están haciendo del poder legislativo un verdadero coñazo.

Pero ¿qué coño tiene que pasar...?

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