Discutir sobre lo inexistente

Mucho antes de que la alcaldesa de Barcelona, Ada Coláu, en un inesperado ataque de realismo, calificase de “tontería” la esperanza de un próximo referéndum de autodeterminación en Cataluña, un mosso d`esquadra ya había informado de aquella manera a un activista alborotador de que “la república no existe, imbécil”.


Distintos y distantes, tanto en la intención del salmo como en la naturaleza de sus respectivos oficios, el agente policial y la alcaldesa estaban poniendo el dedo en la llaga de una política nacional que debate sobre asuntos que no existen. Sin embargo, el intercambio de pedradas no deja de ser igual de luctuoso en las relaciones políticas.


Con motivo de las concentraciones populares convocadas en Cataluña en este nuevo 11 de septiembre (“Diada”), vuelve a escenificarse la inútil propuesta independentista de una Cataluña grande y libre emancipada de España. Y vuelven los cansinos debates sobre lo que no existe ni existirá porque queda fuera de los marcos legales y de la voluntad del pueblo soberano, cuyo perímetro es bastante más amplio que el de las fronteras de una determinada Comunidad Autónoma.


A esa encendida discusión sobre la nada (el despedazamiento de la integridad territorial) se une en esta ocasión la discusión sobre lo que tampoco existe ni existirá en al menos los próximos cinco años. Me refiero a la ampliación del aeropuerto del Prat, que inicialmente se pensó como el gran resorte de la recuperación económica de Cataluña después de la pandemia y el malhadado “procès”.


No hubo ni habrá de momento la tan celebrada ampliación del Prat (los no 85.000 puestos de trabajo) porque se ha malogrado. Como tampoco hubo agresión homófoba a un joven madrileño en el barrio de Malasaña, pero hablamos y no paramos de ambos culebrones. Es discutir sobre la nada y eso no es política. Son fuegos artificiales que se desvanecen en al aire. O en los gritos de odio a España en las marchas del 11-S.


Signos evidentes de inmadurez en nuestros gobernantes, que solo ha servido para que den la cara todos los odiadores, en Cataluña y en el resto de España. Por aversión al diferente en la política y en la vida.


A derecha y a izquierda, en lo que vendría a ser una forma actualizada del fascismo. Consiste en la eliminación del adversario. En nuestros días, y a diferencia de lo que ocurrió con el siglo XX (nazismo y estalinismo, básicamente), casi siempre de pensamiento y rara vez de obra.


El odio es cosa de los odiadores. A ambos lados de las barricadas ideológicas. Es odio que una concejal del PP (Moguer, Huelva) desee públicamente la muerte de Sánchez y es odio lo que siembra Gabriel Rufián cuando celebra con una sonrisa cómplice la propuesta de “matar” a los de Vox”.

Discutir sobre lo inexistente

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