No, Aragonés no es Companys (menos mal)

¿Y si resulta que Pere Aragonés, el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya, es un principio de solución, de desbloqueo, de ‘conllevanza’ al orteguiano modo? Pues así lo piensan gentes influyentes cercanas al Gobierno y así lo cree, silenciosamente –no van por ahí las cosas oficialmente, claro–, algún relevante miembro del Partido Popular.


Aragonés es pragmático y dialogante, sabe perfectamente que, aunque deba decir en voz alta que reivindica todo eso, la independencia, el referéndum de secesión y la amnistía total son imposibles. Y que, contra lo que van diciendo por ahí algunos miembros de la oposición, nada de esto puede tratarse en serio en su inminente encuentro, este martes, con Pedro Sánchez.


No, Aragonés no es Companys, ni, por suerte, quiere serlo, según cuentan gentes que bien le conocen. No puede haber talante más lejano a los de sus predecesores Quim Torra y Carles Puigdemont.


Desea entenderse con el presidente del Gobierno central porque sabe que de una futura Mesa negociadora –parece que se retrasará hasta septiembre– pueden salir acuerdos muy ventajosos para Cataluña. Un desbloqueo de temas corrientes, absurdamente varados porque ni Rajoy, de un lado, ni Artur Mas, Puigdemont y Torra, del otro, supieron negociarlos.


Yo diría que ahora la posición del líder de Esquerra Republicana de Catalunya, Oriol Junqueras, el auténtico jefe de Aragonés, es algo más realista que la exhibida aquel 27 de octubre de 2017, cuando cometió la garrafal equivocación de impedir que Carles Puigdemont convocase elecciones, optando en cambio por una efímera declaración de independencia.


Leíamos este domingo una entrevista con el ex preso de Lledoners en la que este afirmaba que “la actitud del Gobierno español es la mejor de una década”. Y conste que Junqueras, dicen sus muy próximos, también sabe bien que la independencia no será posible jamás, o al menos no a corto ni a medio plazo.


La estrategia ahora es ganar tiempo, conllevar, como decía Ortega, porque las dos partes, en Madrid y en Barcelona, dan la razón a nuestro gran filósofo cuando afirmaba que no hay solución definitiva para el problema catalán. La moderación y el realismo son los ingredientes para ganar tiempo, que es lo que hicieron Adolfo Suárez y Tarradellas en 1977, inaugurando treinta años de entendimiento. Y no, Aragonés no es Tarradellas, ni Pedro Sánchez es Adolfo Suárez, pero tampoco es cierto, contra lo que dicen algunos exaltados desde la derecha de la derecha, que el Gobierno nos lleve a un nuevo 1934, con todo lo que aquello supuso. Conviene que Pablo Casado, que es persona moderada y cuenta, dicen las encuestas, cada día con mayores posibilidades de ir a parar dentro de un par de años a La Moncloa, se distancie de tales barbaridades.


Porque la relación entre la Cataluña oficial y el resto de la España oficial, no puede hacer sino estabilizarse, y no lo digo porque Aragonés cenase este domingo, por fin, en la misma mesa que el Rey Felipe VI. Confío en no equivocarme si digo que, pasada la lógica ira suscitada por los indultos en una parte mayoritaria de la sociedad española (no de la catalana), nos cabe albergar un cierto optimismo. Hay elementos para la esperanza: ojalá que, entre unos y otros, comenzando por los semi-antisistema que tan insoportable e injustificada influencia tienen en un sector de los catalanes, no la frustren otra vez. 

No, Aragonés no es Companys (menos mal)

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