no podía ser de otro modo. Si el Deportivo tenía que volver a Segunda B tenía que hacerlo de un modo extraño, surrealista. Como cuando para ascender a Primera tuvo que arder una grada del estadio. O como cuando Djukic falló aquel maldito penalti que costó una Liga. O como cuando tuvo que ganar una Copa del Rey en dos fases y tras un diluvio de dimensiones épicas. Ahora ha tenido que ser por culpa del coronavirus. Pero no solo por la pandemia. Ahí hay que incluir a un Fuenlabrada que no jugó limpio y, supuestamente, se saltó todos los protocolos de protección ante el Covid-19. Y, además, con la ayuda de LaLiga y ese Tebas, tan justo para algunas cosas, que optó por mandar a los coruñeses al pozo y, tal vez, de paso, ayudar al equipo en el que su hijo es asesor legal. Y con la Federación de Rubiales, el exdefensor de los futbolistas al que no le importó adulterar una competición. Y, por supuesto, con la del Gobierno, temeroso de que los casos se disparen y, de nuevo, hubiera que parar al fútbol. Demasiados intereses y muchos sinvergüenzas por el medio, más preocupados por el dinero que por el deporte. Y, al final, una afición y una ciudad que ven cómo pisotean sus sueños. Foto: Hinchada del Deportivo antes del drama | javier alborés