Amelia Palacios en la galería Parrote

Con el sugerente título de” Una suave brisa “Amelia Palacios ( Pontevedra, 1986), que ostenta el ilustre apellido de su tío-bisabuelo, el gran arquitecto Antonio Palacios, expone en la galería Parrote una obra que se mece en aéreas y atmosféricas tonalidades gris. Siguiendo la huella de su ilustre antepasado, inicia en 2004 estudios de arquitectura en Madrid, que pronto dejará para dedicarse a la pintura; en 2011 retoma de nuevo, en la Facultad de Oporto, estos estudios que, al final, abandona definitivamente, para dar cauce a su refinada sensibilidad plástica de notables acentos líricos, muy en la línea, por cierto, de nuestro particular modo de ver, “entre lusco e fusco”.


Creo que fue Pancho Cossío quien dijo que el gris es el color de la cultura, lo que significa que es el color de los matices, el que halla la síntesis de los contrarios blanco-negro y que, por lo tanto.nos enseña a penetrar con sutileza en los escondidos ángulos de la realidad y en los misterios de la luz. Así, A. Palacios abre ámbitos evanescentes, nebulosas dimensiones marinas de aguas en calma y horizontes levitantes que viajan hacia el alén. En cuadros, como el titulado “Entre brumas” o “Luz en el agua” transforma el espacio en una ingrávida atmósfera de suaves luces envolventes y desdibujados contornos propicios para la ensoñación.


Más que pintar, su pincel parece acariciar el lienzo para que todo se transverbere y levite en flotante visión. Habla así de lo más deletéreo e inasible, de paisajes que, aunque estén inspirados en la realidad conocida o vivida, son ya recuerdos, evocaciones poéticas, teñidas con las fugitivas tintas de lo que se fue. 


En la serie “La tarde que se acaba” transmite toda esa sutil melancolía del atardecer, que tiñe las huidizas nubes de leves rosicleres o de casi impalpables halos dorados.. A veces es una claridad surreal, casi de aparición visionaria, la que inunda el cuadro, como ocurre en la obra “Barca”, donde la leve mancha negra que sugiere la embarcación parece levitar en el nimbo blanquecino-grisáceo que la envuelve. Los cuadros que titula “En la orilla” pueden verse como metáforas de ese asombro ante lo lejano y lo inalcanzable que sugieren las extensas y sobrecogedoras latitudes de nuestro Atlántico mar, que bien podría evocar “la mer toujoours recomencée!” ( la mar siempre recomenzada) de Paul Valery, pero en visión más saudosa y más misteriosa, más de liminales ultramares, es decir, más nuestra. Así, pinta, con aéreos pinceles y tintas de niebla, Amelia Palacios, que convierte en nubes viajeras las casas de La Marina coruñesa y nos sitúa frente a la breogánica Torre de Hércules como ante el enhiesto sueño de un desafiante coloso o axis mundi que ha conseguido la titánica empresa de que las sombras dialoguen con la luz . De este diálogo eterno, de ese “...besar azul que recibe la tierra”( como dicen los versos de García Lorca, que ella cita) es de lo que predica esta pintura, realizada con tal etérea delicadeza que transmite musicalidades de aura o de acariciadores céfiros, como reza el título.

Amelia Palacios en la galería Parrote

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