UN AÑO HISTÓRICO

Se va el año con las manos en los bolsillos y silbando una monótona melodía. Se intuye que no quiere despedirse, que quiere irse como lo hace ese que se ausenta con una disculpa trivial y la firme voluntad de no regresar. Se le ve agotado en lo diario y en lo almanaque. Y es que es un año histórico, y eso para un año significa ser además histérico, porque la historia no es sino ese proceso neurótico por el que hombres y pueblos buscan sanar sus fobias como saben y se les antoja.
Ningún año, por tanto, quiere ser histórico. Muy al contrario, todos, este también, quieren ser anónimos, acaso, literarios, porque la literatura es neurótica, pero no histérica. Y no nos engañemos a ellos lo que los mata es ese estado de sobrexcitación que los arrastra a la ansiedad y la depresión.
Sin embargo, se le exigía que fuese apocalíptico y surrealista. Es decir, que el rey hubiese abdicado en su amante. Que la infanta hubiese devuelto a Urdangarín. Que entrase la Pantoja en prisión musitando con rabia “nuca, nuca que es lo que les jode”. Que Podemos se hubiese constituido en monarquía. Que España hubiese decidido independizarse de Cataluña. Que Botín hubiese sobornado a la muerte. Que la de Alba hubiese muerto joven. Que la corrupción estuviese en período de extinción. Que Rajoy se fugara con Merkel y esta fuese ludópata. Que el ahorro fuese nuestro destino. Que el recorte nuestra perdición.
Pero él, ¡ya ves!, ¡histórico! ¡Animalito!

UN AÑO HISTÓRICO

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