EDUCACIÓN FINLANDESA

Hace un par de días descubrimos que la educación en España está al borde del colapso. Nos abrió los ojos un reportaje televisivo. Al parecer. Desde entonces estamos comprometidos con la problemática del sistema y renegamos de la enseñanza privada. Aquellos que estudiaron en la escuela pública proclaman con orgullo sus orígenes colegiales.

El resto agacha la cabeza y guarda un prudente, casi avergonzado, silencio. Prácticamente obligado a excusarse por la elección de sus padres, en quienes, traidor, descarga culpas. Cualquier atisbo de privilegio educativo, real o imaginado, es rápidamente ahogado en críticas.

Concluimos que la formación está polarizada. Ricos y pobres. Como todo, apostillamos. Aunque sabemos de numerosos casos que refutan la teoría. Centros supuestamente desahogados con menos recursos que otros estatales, docentes sobrecargados que sueñan con sueldos y horarios como los de sus compañeros funcionarios. Excepciones, preferimos pensar, nadie nos llame elitistas.

La cuestión es que se está desprestigiando la escuela pública y que el sistema educativo es vergonzoso. Oportunidad del ministro de turno para dejar su impronta y poco más. Reformas impensables e impensadas. Del compañerismo a la competitividad. Del desarrollo mental a la estimulación de las aptitudes manuales. Tan pronto somos bilingües y usamos tabletas en las aulas como no tenemos personal cualificado ni presupuesto para los adelantos tecnológicos; ni para las becas de comedor; ni para las de transporte; ni para las necesidades especiales. Quién estuviera en Finlandia, todo gratuito y de calidad.

Allí la educación se paga con los impuestos, los profesores salen de la élite universitaria, los chavales son un ejemplo. Seguimos maravillados con el reportaje. No existe el abandono escolar, no conocen el fracaso. Los planes de estudios no cambian con el Gobierno. El futuro de los alumnos es lo importante. Ya tenemos argumentos para cargar contra dirigentes y profesores. Y contra las empresas que no facilitan la participación de los padres en la vida académica de sus hijos.

Porque queremos participar. Reunirnos con los maestros de forma regular, hacer actividades en grupo, sentir la escuela como nuestra segunda casa, aprender en nuestros ratos libres un idioma extranjero –como en el reportaje– para poder ayudar a los niños con los deberes. Queremos ser finlandeses. Igual nos acordamos la próxima vez que, rojos de ira, pidamos explicaciones a voz en grito por el suspenso de nuestro retoño.

EDUCACIÓN FINLANDESA

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