LOS COSMORAMAS DE VÍCTOR RODRÍGUEZ

El joven pintor Víctor Rodríguez (Vigo, 1981) expone en la galería Monty4 una potente obra pictórica, a la que denomina con el neologismo “cosmorama” y así como panorama (del griego pan “todo” y “horama “lo que se ve”) alude a una visión paisajística en amplitud, cosmorama nos lleva más allá, a las inmensidades que se abren tras los velos de lo visible; para hacerlo, chorrea manchas que se expanden en sugerencias de espacios vivos, abiertos y mutantes, de móviles luces y temperaturas complementarias y dibuja grafismos agitados; de manera que todo parece sacudido por un dinamismo imparable.
Partiendo sin duda de las técnicas heredadas del expresionismo y del informalismo abstracto consigue una obra muy personal, donde, pese a la insistencia en los contrastes, al dislocamiento de las formas y a la ruptura con cualquier modo de perspectiva clásica, late una extraña armonía, desde luego no basada en lo apacible y apolíneo, sino en el impulso voluptuoso y dionisíaco. Es la efervescencia de un alma romántica, que siente hasta el límite la llamada del más allá, lo que nosotros somos capaces de leer aquí: una inestable y torturada belleza, un cosmos en fermentación que, en realidad, –como por cierto todo cosmos– parece surgir del caos, del que emergen, como por milagro, flotantes ciudades o por el que se desdibujan avenidas que no llevan a ningún lugar conocido, sino a los ensueños de un cromatismo exultante.
Víctor Rodríguez es, desde luego, pintor pintor, lo que ya es mucho decir en estos tiempos de desprecio del oficio y su vocación viene contrastada por el abandono de su carrera de ingeniero industrial, para seguir las tormentas de la mano enamorada de las irisaciones y de los pigmentos. Fue discípulo de Mingos Teixeira y en el CIEC conoció los secretos de la gráfica; de él dice el que fue uno de sus maestros de taller, Omar Kessel, que “su ojo inquieto nos sumerge en su nuevo mundo lleno de fuerza y color”.
Por su parte, la galería lo presenta como un artista que vive retirado, entre el mar y el cielo, en Louseira, cerca de Montefaro  donde “medita, experimenta y trabaja, creando obras que rebosan energía e intensidad cromática”. Es, efectivamente, este fuego creador, esta vitalidad expansiva, la que se siente al contemplar su obra, feliz y acertadamente titulada como Cosmorama. Y como Matisse podría decir: “El color me ha poseído, soy pintor”.

LOS COSMORAMAS DE VÍCTOR RODRÍGUEZ

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