Un inmortal para el Depor

Fernando Vázquez es futbolista de mérito imperecedero. En él se cumplen las exigencias de la obra bien hecha propugnada por Eugenio d’Ors. O el serás hombre de Rudyard Kipling. Todo se da en el entrenador de Castrofeito. Humildad, sabiduría, cordura desde aquella primera época en que corría entusiasmado por la banda cuando su equipo alcanzaba un gol. Ahora, por el contrario, ha ganado en sensatez filosófica, olvidando la verborrea incontenible de otros colegas o el dogmatismo que afecta a cuantos cobran una nómina con muchos euros.
Aquí solo vale la voluntad, el tesón y el sacrificio. Nadie regala nada. Mucho menos el destino. No hay otras credenciales que la presión, la entrega y la seguridad que querer es poder. Tal es el palmarés de don Fernando, doctor en cirugía resucitadora, respecto al Depor aquejado de enfermedad terminal. No obstante, él sabe mejor que nadie que el halagüeño caminar mirando las estrellas, pues la polar es clasificadora. Conviene vencer después de muerto, con la coraza del viento riazoreño soplando desde las gradas, ya que vale quien sirve y servir es un honor.
Sin duda el equipo blanquiazul aparece más equilibrado. Con líneas apretadas, defensa expeditiva, fluidez mediocampista y acierto definidor. Apuntemos también la seriedad y el buen rollito para mantener cualquier opción por descabellada que parezca. Incluso la gorra del mister en Alicante –acento de yanqui millonario por un día– contrasta la idiosincrasia europea de un gallego “ben feito” que cree en druidas y meigas, cordialidad y buen humor.
Su fórmula para hacer el cesto, dados los mimbres disponibles, es muy sencilla: trabajo e ilusión. El resto es música celestial y utopías de pizarras cuando el partido se juega sobre el verde césped enfrentándose a otro equipo con las mismas ansias de victoria.

Un inmortal para el Depor

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