Las sentinas del tabú

Aresguardo de lo que determinen elos tribunales, del comportamiento de Fernando Blanco, el padre de Nadia, se desprendería la comisión de dos delitos, uno más grave que el otro. El menos grave, es de estafa, es el que más encorajina a los medios que colaboraron “de buena fe” en su ejecución. El más grave, el continuado maltrato infantil con la agravante de parentesco, se soslaya en lo posible por aludir a un fenómeno, el del desamparo de tantos niños en manos de progenitores incapaces o chungos, velado por el tabú de lo familiar y por la renuencia social a despejarlo.
¿Qué otra cosa, sino maltrato es que un padre limosnee exhibiendo impúdicamente por los platós de televisión a su hija, obligándola a escuchar que se va a morir enseguida, que envejece a la velocidad de un anciano de 80 años? ¿Cuántos años lleva, esta pobre niña de 11, oyendo a su padre referirse en semejantes términos a ella? ¿Y quién censuró nunca la conducta de ese tipo que machacaba así a su hija? Diríase que lo que más indigna de la acción de Fernando Blanco es que engañara a los medios que le proporcionaron cobertura para su estafa y, a su estela, a los ciudadanos que aportaron su óbolo para la causa. ¿Pero nadie vio, independientemente de la credibilidad o no del relato del padre, el maltrato que dispensaba a la menor ante las cámaras? ¿Y la madre? ¿Qué amor, qué cuidados prodigaba a la niña, si dice que no sabía dónde andaba? ¿Cuántas Nadias hay? ¿Cuántos rufianes disfrazados de santos en posesión de la vida de sus hijos? En este caso, un juez ha puesto fin al aquelarre que se desarrollaba a la vista de todos. Pero, ¿cuántos otros casos no habrá en lo soterrado, en las sentinas del tabú?

Las sentinas del tabú

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