Elegancia

Ando a vueltas con los trapos y las modas. Uno, quiera o no, está anclado al momento que le tocó vivir. Así, sin otra trascendencia que la evocación, siempre echo un vistazo al espejo retrovisor. Es la manera de intentar no equivocarme tropezando dos veces en la misma piedra. La Coruña fue antaño, y sigue siendo, ciudad señorial. Lo testimonian vecinos que guardan sus formas y escriben con la misma aguja su futuro. 
Por desgracia padeció los sufrimientos de nuestra odiosa e incivilizada lucha doméstica y las consecuencias nefastas de una guerra mundial con sus secuelas de racionamientos, hambrunas y delegaciones de tasas, abastecimientos y transportes. Tiempos donde nuestras madres y abuelas hacían milagros con las tijeras y agujas. Culeras en los pantalones para prolongar su duración, faldas de sacos de arpillera, calceta a todo pasto. Trajes al ‘’revés’’ con el carisma de nuevos. Otros heredados de los hermanos mayores y familiares difuntos.
Y pese a tan difíciles circunstancias La Coruña renació de sus cenizas. Rúa San Andrés y su estrecha se hicieron pasarela de comercios en auge que vendían de todo. La calla Real se transformó en pecera gigantesca de zapatos y joyerías. El Cantón se popularizó con cafés de prestigio y peluquerías. Había mujeres fatales y mariconchis de playa paseando su palmito. Zapatitos de charol, con el pelo a lo garçon y sus padres de limpiabotas. Sastres acreditados. Modistas de fino cuño. Sombrerías, planchadoras, tascas. Hasta que llegó la moda del ‘’apéame uno’’ y rompió el formalismo de chaquetas y corbatas. Hoy han arribado los descamisados peronistas de tatuajes, barbas y coletas... la arruga es bella, el sin solapas un aviso, las casas comerciales brindan denominaciones que abren mil puertas. Quien tuvo retuvo. Un ligero desorden en el vestido seduce. Adornan nuestras calles firmes árbitros de la moda. Elegancia estruendosa. Mujeres salerosas que en la armonía de sus requiebros despliegan cadenas de sueños infinitos.

 

 

Elegancia

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