La firmeza de Rivera

LAS mañanas de Albert Rivera, el político antes conocido como Adolfo Suárez, son siempre iguales. Desayuna chocorispis y, como creador del Día Internacional del Abrazo, sale a la calle dispuesto a repartir apertas entre todos aquellas personas que se pongan a tiro. Dicen que el otro día iba tan entusiasmado con las muestras de cariño que hasta estrechó entre sus brazos a Manuel Valls. Solo hay una excepción a esa disciplinada existencia, la mañana que se excede con la dosis de chococrispis sale del portal jurando en arameo y es fácil escucharle jolín y pardiez, que tampoco hay que pasarse. Pero estos días está distinto. Se le supone más hecho al submarinismo en un arrecife de coral de aguas cristalinas entre peces de vivos colores que a sumergirse en zonas oscuras embutido en un traje de buzo. Suposición falsa de toda falsedad, está aguantando como un buzo la presión que ejercen sobre él Pedro “La sonrisa” Sánchez y sus mariachis para que vote sí en la sesión de investidura. Pero su “no es no” se mantiene inalterable. El muchachito Rivera se está haciendo un hombre.

La firmeza de Rivera

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