LOS MALOS

Fantasmas regordetes que no levantan un palmo del suelo, esqueletos sonrientes y brujas con aire de princesa. Es Halloween. Disfraces y –con suerte–un par de días sin cole y sin oficina. Calabazas decoradas, telarañas de pega y guirnaldas de murciélagos en las tiendas. Y en la cartelera, una de esas pelis en las que los malos son buenos. El conde Drácula es amable y encantador, el hombre lobo es un dulce cachorrito, la momia es el alma de la fiesta y los monstruos de toda la vida son un grupo de amiguetes que irradia ternura.

Hace poco leía que ya no hay malvados. Es cierto. La literatura y el cine actuales nos niegan al asesino nocturno que bebe sangre humana, al muerto viviente que asedia las casas en busca de cerebros, al espíritu que atormenta hasta la locura. Nos dejan sin referentes para hacer el mal reconocible.

Las figuras universalmente perversas, el ogro, la bruja, el hechicero, son ahora simpáticos vecinos de países de fantasía donde todo es alegre y colorido. Sin un atisbo de vileza. Pasteles de chocolate en lugar de burbujeantes pociones con ojos de tritón y escamas de dragón alado. Celebraciones de cumpleaños en vez de aquelarres. Los vampiros adolescentes, que brillan con la luz del sol, van al baile del instituto con sus enamoradas. Los licántropos se recluyen en cuevas perdidas para no atacar a excursionistas inocentes.

Los cuentos tradicionales parecen instrumentos de tortura para los niños en este panorama de flores y pajaritos, donde todo el mundo es bueno. Que no crezcan con miedos, dicen los que leen el Manual del perfecto papá melindroso. Nada de recelar de las calles oscuras y los desconocidos que ofrecen caramelos. Porque el bien siempre triunfa.

Desterremos del imaginario infantil a los personajes que encarnan la crueldad. Volvamos entrañables a los pérfidos. Rompamos la barrera que distingue el bien del mal; hasta el peor criminal tiene su corazoncito. Y cuando hayamos criado ingenuos indefensos, saquémoslos al mundo. Y frente a las amenazas que canten una canción cogidos de la mano con sus enemigos. Como han visto tantas veces en las películas de dibujos.

Mi sobrino, de dos años –y medio, puntualiza índice en alto–, dice situtos en lugar de pitufos, pero tiene una cosa clara: Gargamel es malo, malo. Y nunca va a ser su amigo. Menos mal.

LOS MALOS

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