NADA QUE CELEBRAR

Hizo frío. El pasado domingo fue tal vez el primer día de frío en este otoño atípico. Y además lluvia y un cielo encapotado: un día triste para realizar la tercera marcha contra la violencia de género. Nada que celebrar. Lo cierto es que a pesar de que la meteorología invitaba al dueto manta-sofá, fuimos 350 personas, más mujeres que hombres –claro está– las que recorrimos los 6 kilómetros que separan el monte do Gozo y la plaza do Obradoiro, un tramo simbólico del Camino para homenajear a las víctimas.
A veces tengo la impresión de que la repetición de los gestos de condena: minutos de silencio, marchas, manifestaciones, manifiestos y declaraciones banalizan un fenómeno que cada vez impacta más nuestras conciencias, pero al que no conseguimos poner freno. Como si se tratase de una respuesta macabra, la semana de las multitudinarias manifestaciones en Madrid los asesinatos machistas se produjeron casi a diario. Se diría que el fenómeno del “efecto llamada” es real. Sin embargo, es verdad que en términos globales y comparativos con los años anteriores el número de víctimas desciende en España, pero también nuestro umbral de tolerancia es –felizmente– cada día más bajo.
También es cierto que la violencia de los hombres hacia las mujeres no hace distinciones y que se produce en todos los estratos sociales. Pero es innegable que las mujeres que disfrutan de una independencia económica, que acceden a la educación, que cuentan con el reconocimiento social a su trabajo tienen más recursos psicológicos para enfrentarse al maltratador. Las mujeres que sufren el infierno de la violencia de sus parejas no lo hacen de manera esporádica, la viven día a día. Esto supone, amén de la violencia física, la vejación constante, la humillación permanente, la anulación absoluta de la autoestima y, por ende, la pérdida de la capacidad para reaccionar. La caída en el pozo de la culpabilidad es casi inevitable.
No existen soluciones únicas a un problema tan complejo con orígenes y causas diversas: prejuicios sociales, estereotipos culturales, tolerancia familiar y los aspectos más desconocidos de la psicología humana. Las soluciones deben ser diversas y deben aplicarse a nuestra sociedad en su conjunto. Ninguno de nosotros es ajeno, ninguno de nosotros puede mirar para otro lado. Todo esto está claro en el universo racional. Sin embargo, el domingo, bajo la lluvia fina, con ese frío mojado que calaba los huesos y pese a la voluntad de las 350 almas que caminábamos hacia el Obradoiro tuve la sensación de que estábamos repitiendo el gesto y que nada había cambiado con respecto al año anterior. Tuve el convencimiento de que no hemos descubierto la clave para liquidar esta peste y que las portadas de los periódicos volverán a darnos la bofetada de una nueva muerte.
(*) Carla Reyes Uschinsky es presidenta de
Executivas de Galicia

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