Genealogía

En Marcelín-Riós hay un castaño tan alto y frondoso que si te atreves a escalarlo sin temor a extraviarte en el laberinto de su fronda, ni miedo a fenecer presa del mal de altura, te será permitido contemplar las prodigiosas fuentes del rocío de las que nacen mansos los ríos que alimentan los bravos mares, y las calmas mareas, que perlan de dulces lágrimas los cielos de los suelos, y los altos suelos de los bosques.

Su poderoso tronco cuaja el soto de elegancia y su rotunda silueta lo inunda de embriagadora melancolía. Bajo la sombra de ese mágico universo duerme mi patrimonio, sustento de mis abuelos y padres, herencia de sus hijos y nietos. Hacienda que nace de otro árbol, el genealógico, que hunde sus raíces en una estirpe que surcó la tierra hasta quedar varada bajo ese magnífico ejemplar en el que se contiene y expresa profunda la esencia del castañar, raíz de ese pueblo, adarve de su dignidad.

Dos árboles de humilde y noble talante avalan mi condición de gallego y a ella me acojo con cariño y admiración, tanta que a menudo caigo en la tentación de imaginarla de mi tamaño, y en esa vanidad, mía y de unos pocos más, es cuando me encaramo a ellos y veo en el primero a los de mi estirpe, camino de las Américas, hombres y mujeres de mundo, gallegos de pura cepa; y en el otro, las universales fuentes del rocío, patrimonio de una misma tierra y una misma humanidad y siento que en ellas se resume mi galleguidad.

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