Querido otoño

de la mano del otoño ha llegado el frío, se ha colado por su desnuda osamenta y se ha plantado ante nuestra puertas reclamándonos abrigados y quejosos.
El otoño es un tipo duro al que le gusta sentirnos muelles como los son las prendas que de él nos protegen. No obstante, sé que sostiene su naturaleza un corazón tierno, al que me gustaría pedirle que nos regalase un soplo de nieve capaz de cubrir con su manto de inocencia esa negra culpa que oscurece nuestros montes.
Sería para nuestros ojos un grato descanso ver desdibujarse el carbón del calcinado bosque bajo el leve adorno de su galanura. Y para los montes sería un bálsamo capaz de sanar esa profunda herida que los gangrena y debilita hasta el extremo de que se van descarnando sus laderas y planicies bajo el imperio del aire y la amenaza de torrenciales lluvias. Sin embargo, si fuese la nieve quien polinizara la flor de su naturaleza, se podrían nutrir sus entrañas y de ellas las raíces de árboles, arbustos y plantas con la extrema delicadeza de que ella hace gala a la hora de empaparlos de agua, permitiéndoles beber como si fuesen una boca sedienta de ternura y no la boca sin fondo ni consuelo que ahora son.
Este otoño sería más otoño que ninguno si fuese capaz de entender que necesitamos que nos llueva ternura, agua capaz de ser caricia, de acariciar, de penetrar sin correr ni brincar, agua que como los labios del amante sea capaz de saciar su sed sin asesinar su pasión.

Querido otoño

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