Será que tengo que engrasar la rosca de la boina y comprobar que el mundo no se acaba en el extremo oleirense del puente del Pasaje, pero lo de darle el Nobel de la Paz a la Unión Europea, mis queridos parlamentarios noruegos, no lo veo. Me da a mí (habrá que preguntarle a Anne Germain) que don Alfredo no debe estar muy a gusto en el más allá.
La Unión Europea –que en mis tiempos era la Comunidad Económica Europea, o CEE, como el pueblo de Fran Caamaño– no es un remanso de paz. Nunca lo ha sido. ¿Qué diría nuestro insigne inventor de la dinamita si pudiese opinar sobre la decisión?
Porque, a ver, Nobel lo dejó clarito en su testamento. La cosa era que quería que su fortuna se destinase cada año a premiar a lo más granado de cada campo, representado en cinco categorías. La más prestigiada, la de la Paz. El hombre, que de bobo no tenía nada, dejó escrito que la pasta se le diese a “la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.
Vale que lo de persona ya se lo han fumado, pero no se discute que en su día Cruz Roja, pongamos como ejemplo, se mereciese el premio, y que el dinero que acarrea –y que depende de como le hayan ido las cosas a la fundación ese año– le vendría de perlas. Igual que a Médicos sin Fronteras, Amnistía Internacional o a Unicef, también galardonados en su día.
Vale que no siempre el jurado ha dado en el clavo, y que la lista está trufada de vicepresidentes, secretarios de estado de los EEUU, vizcondes e incluso –flipa, colega– algún periodista.
Vale que hasta se lo dieron a Gorbachov, que el buenazo no sabía ni dónde meterse tanto misil nuclear que se le oxidaba Siberia adelante.
Vale que la relación está plagada de tipos anónimos que la única paz que se les reconoce por el terrícola medio es la que dejan cuando se evaporan.
Pero la Unión Europea... La jaula de grillos esa que se reúne en Estrasburgo y ejecuta desde Bruselas...
Hablamos, no nos olvidemos, de una institución que difumina las soberanías hasta conseguir que una fornida teutona le marque el paso a las democracias mediterráneas a golpe de recorte. Que le importa un colín que sus súbditos desafíen a los cocodrilos del foso y amenacen con tomar su castillo feudal...
¿Y qué va a hacer la Unión Europea con la pasta? ¿Rescatar tres bancos más?
Que Martin Luther King, la Madre Teresa, Pérez Esquivel, Desmond Tutú y Nelson Mandela los perdonen. No dan para más. ¡Pero si hasta se lo llevó hace poco Barak Obama!