Los extremos nos tocan

El capitalismo es la más amable de las tragedias con que nos hemos saludado, lo que da idea de la gravedad de las otras. Podría llenarlo de improperios sin nombrarlo, haciendo somera referencia al “sistema”. Pero estamos en navidades. Y hallándose inundado mi ánimo de ese pacífico espíritu, es por lo que, hablaré de sus vulnerabilidades, diría mejor, debilidades, lo hacen más humano . Ya sé que no lo parece, pero lo es. Hombres son y han sido los que lo han puesto en marcha y alimentado, es más, se puede afirmar que desde la boca al ano todo en él es humano. También su cabeza, la poca y la mucha, y acaso también, la ninguna.
Siento que me estoy dejando llevar por la rabia. Me retomo y señalo, que observo con preocupación que se reúnen sus sapientísimos popes en la ardua tarea de hacerlo más perverso, quiero decir, eficaz, digo, rentable, sin percatarse de que ese camino conduce a la autodestrucción. Porque el coste cero en la producción traerá cero poder adquisitivo. Y si no hay salario no hay consumo, y no tiene sentido producir.
Esa muerte es para muchos una delicia, pero sin derecho a perpetuidad. Para contrarrestar esta tara, la masa “consumiente”, hábil en ambiciones baratas, ha plantado cara con la gratuidad. Y en un principio parece justo, nada se percibe por producir, nada se paga por consumir. Pero eso es comunismo, otro modo de consumo, eso sí, más sumario y burocrático.

Los extremos nos tocan

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