Un muy triste Día del Trabajo

atentos como estamos a las fases de libertad ‘vigilada’ y al número decreciente de las muertes por el coronavirus, dejamos como en segundo término, como en espera, la tragedia que viene: la de un desempleo que, con toda seguridad, va a ser atroz. Que ya lo está siendo de hecho. Y, ahora que se ‘celebra’, es un decir, un tristísimo y desierto Día del Trabajo bueno sería el momento para pedir, una vez más, a representantes políticos, instituciones, sindicatos y patronal un gran encuentro en busca de remedios urgentes para la gran catástrofe que puede acabar con la pérdida de uno de cada cinco empleos existentes en España.
Nos informaron de que el PIB español sufrió una caída en el primer trimestre, aunque precipitada tan solo en la segunda mitad de marzo, superior al 5%. En el segundo trimestre, ya en pleno estado de alarma, o de excepción con otro nombre, la caída podría triplicarse, nos dicen los expertos, aunque no se ponen del todo de acuerdo en las previsiones. Pero qué duda cabe de que esto va a tener una repercusión muy directa sobre el volumen del trabajo, y que sectores como el turismo, el automovilístico, los servicios en general, de manera sensible el comercio, sufrirán un estruendoso varapalo. El número de desempleados va a crecer en muchos cientos de miles, y perdonen que no precise más en un país en el que los cálculos se quedan siempre cortos. No me atrevo a pensar en cifras millonarias.
Un factor importante en el descalabro es la escasa confianza de los ciudadanos, por tanto de los inversores y consumidores, en nuestros representantes. Creo que una de las consecuencias más importantes de la pandemia está siendo un desapego mayor aún por parte de la gente de la calle respecto de quienes gestionan sus vidas, es decir, el Gobierno, pero también los restantes partidos, los sindicatos e incluso la patronal. Nunca hicieron más falta unos nuevos pactos de La Moncloa, o de reconstrucción, que aúnen los esfuerzos de todos para elaborar un plan económico, unos Presupuestos ‘de guerra’, salir de lo que puede ser un auténtico infierno.
No se entiende que, si el propio presidente del Gobierno, en su última comparecencia pública, calificó como “gravísima” la situación económica que nos llega, no ponga en marcha soluciones extremas, tanto de índole política como económica. Porque no basta con decidir que podamos salir los unos de nueve a diez y los otros de diez a doce, todo ello sumido en un caos organizativo muy considerable. Ni con multar a un millón de infractores a las reglas del confinamiento, personas que son tratadas a veces como delincuentes.
Es preciso ir mucho más allá del mero ‘aquí y ahora’. Es urgente tapar los boquetes del futuro que nos espera. Hay mucha legislación, muchas medidas, numerosas decisiones, por revisar. Y muchas ideas nuevas que implantar en al ámbito laboral, económico, social; desde la extensión del teletrabajo hasta una drástica reducción del gasto público, pasando por una efectiva cooperación entre las fuerzas políticas, para hacer frente a ese paro que viene, arrasador. El diálogo con todos los sectores afectados parece algo fundamental y que no se está haciendo: de ahí el malestar de, por ejemplo, hoteleros, restauradores y comerciantes con las medidas de ‘apertura por fases’ algo confusamente anunciadas por el Ejecutivo.
Y no sería ocioso aprovechar esta festividad del Día del Trabajo, el más angustioso acaso desde que se conmemora esta jornada en 1882, para hacer una reflexión acerca de lo que hemos hecho, estamos haciendo, mal y lo mucho que se podría hacer mejor. Claro que para eso hace falta altura de miras y ¿la tenemos?

Un muy triste Día del Trabajo

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